El libro de Job puede significar muchas cosas, tanto para la cultura judeo-cristiana –de la cual la cultura occidental en gran medida forma parte- como para intelectuales, historiadores y teóricos de la más diversa índole. Nosotros, lejos de hacer una historiografía de sus distintas interpretaciones –empresa por demás inabarcable-, una hermenéutica o un análisis exhaustivo del texto, solamente trataremos de interpretarlo siguiendo a Slavoj Zizek cuando afirma que es en este documento donde encontramos lo que probablemente sea el primer caso ejemplar de la crítica a la ideología.[1] Trataremos de construir un marco conceptual que nos faciliten algunas claves para responder preguntas como: ¿qué es “ideología”? ¿Cuál es la relación entre ideología y capitalismo? ¿Qué papel juega la filosofía en estas cuestiones? ¿Por qué Job podría ser un crítico de la ideología? Para ello (1) haremos un breve repaso de algunas ideas que Karl Marx tenía sobre la ideología, (2) expondremos lo que Zizek, en El sublime objeto de la ideología sobre todo, nos dice sobre ésta, y (3) vincularemos algunos contenidos de libro de Job con la propuesta de Zizek para probar la tesis fundamental sobre el libro como una primera crítica de la ideología.
El olvido
En La ideología alemana[2] Marx, aún joven, llama a los filósofos alemanes de su tiempo “ideólogos”. Esto es porque descienden del cielo sobre la tierra, en lugar de ir de la tierra al cielo[3], es decir, parten de lo que los hombres dicen, se representan o imaginan, y parten del “hombre” como predicado, pensamiento, representación o incluso imaginación. Marx puede decir esto porque su propuesta es ver al individuo concreto en su realidad física y ver el modo en que desarrolla su vida. Pero el desarrollo de la vida quiere decir su producción, y esto es precisamente lo que nos distingue de los animales. Nuestra esencia no es en primera instancia la racionalidad, sino el hecho de que producimos nuestros medios de vida, y el modo en que producimos los medios de vida no es sólo el modo de reproducción de nuestra existencia física, sino que constituye un determinado modo de manifestar la vida, un modo mismo de vida”.[4]
Paradójicamente, este olvido de la vida por parte los ideólogos tiene su origen en el modo de vida del cual forman parte cotidianamente, puesto que “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.[5] Pero, ¿cuál es el modo de vida tan extraño de los ideólogos que los hace olvidarse de su cotidianidad vital? Se trata del modo de vida burgués, y su extrañeza le viene del nivel de complejidad de la división del trabajo que la caracteriza como modo de producción. Expliquemos esto. En sociedades simples pre-capitalistas las actividades humanas la división del trabajo también era simple. La distinción entre hombre y naturaleza no era tan radical. Las tareas se distribuían según capacidades físicas -como la fuerza corporal o la capacidad de engendrar hijos de las mujeres-, según necesidades básicas de sobreviviencia o según lo fortuito de las situaciones inmediatas. Pero la verdadera división de trabajo es “a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia prática existente […] Desde este instante se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría ‘pura’, de la teología ‘pura’, la filosofía y la moral ‘pura’, etc.”.[6] La presunción de la pureza en la teoría es entonces una corroboración de su enajenación. Pero ésta es posible sólo porque el modo mismo de producción está en contradicción con las fuerzas productivas, eso es, las relaciones sociales existentes se hallan en contradicción con la vida de los individuos. La división del trabajo compleja implica la contradicción entre el interés común y el interés individual, esto es particularmente notorio cuando ponemos atención a la experiencia de un nuevo individuo que se integra a la sociedad, la cual se le presenta como natural y ajena a él. “Los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien los domine”.[7]
Esta es una primera caracterización de lo que Marx en su juventud entiende por “ideología”, pero es en El Capital donde –según Zizek- encontramos su mejor definición.[8] Veamos lo que dice Marx en esta obra.
“No lo saben, pero lo hacen”
El enfoque de su análisis ahora parte de la mercancía[9] en lugar del sujeto. Nos dice que las mercancías tienen –o mejor dicho son- a la vez un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso consiste en su materialidad concreta, en su utilidad práctica, o en otras palabras, en su uso o su consumo. El valor de uso es el contenido material de la riqueza. Pero además, son el soporte material del valor de cambio.[10] Pero, ¿qué es el valor de cambio? En primera instancia, podríamos decir que es un número, una cantidad, y es precisamente ésta la principal diferencia con el valor de uso. El valor de uso es la expresión cualitativa del objeto-mercancía, mientras el valor de cambio es una expresión cuantitativa de la misma. El valor de cambio hace abstracción del valor de uso en cuestión. Como valores de uso las mercancías son una mesa, lápiz, o una computadora; como valores de cambio son una cantidad. Pero en esta abstracción no sólo se dejan de tomar en cuenta los objetos-mercancía, sino su génesis, o es decir, su producción. De tal modo que la mesa p. e. dejará de ser considerada como el producto de un hombre concreto. “Con el carácter útil de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto”.[11] El trabajo concreto se convierte entonces en una fuerza de trabajo indiferente que produce mercancías –en lugar de cosas útiles concretas-. Esta fuerza de trabajo abstracta es ambigua en su cualidad y concreta en su cantidad. La concreción le viene de la magnitud específica de sustancia creadora de valor, es decir, de trabajo que guarda cada mercancía en particular, y esta magnitud se determina a su vez por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. “Consideradas como valores, las mercancías no son todas ellas más que determinadas cantidades de tiempo de trabajo cristalizado”.[12]
Lo interesante es que en esta abstracción del valor de uso, las mercancías adquieren propiedades extrañas al sujeto. Aquello a lo que en La ideología alemana se atribuía solamente a la división del trabajo –es decir a la enajenación que producía la división del trabajo sin más-, aquí se atribuye a la mercancía. La abstracción que implica la mercancía como valor de cambio no sólo es una abstracción de su uso, sino de su propia producción privada. El sujeto va al mercando, una plaza comercial p. e., –lugar del intercambio- y se ve rodeado de objetos de los cuales no se sabe su procedencia específica y que además poseen propiedades exorbitantes. Esto hace que las mercancías posean algo así como una esencia no-humana. Debido a la abstracción del valor de uso, junto a la sobrenaturalidad de la apariencia de las mercancías, éstas empiezan a convertirse en cosas naturales, en lugar de artificiales; en entes especiales, asombrosos e independientes, en lugar de productos útiles. Un ejemplo de este fenómeno en su radicalidad podría ser el caso del mimo sujeto pero que ahora va al centro comercial sólo a mirar, en lugar de buscar un útil y comprarlo.[13] Pero eso no es todo, las relaciones mismas entre los productores empiezan a tornarse ajenas a los individuos. Las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son, es decir, no como relaciones sociales entre personas trabajando, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas.[14]
Por tanto, los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre sí sus diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.[15]
Y este “no lo saben, pero lo hacen” es, como hemos dicho, la definición más elemental de ideología para Zizek. Pero, ¿por qué? ¿En qué está pensando Zizek?
Hemos visto, que los “ideólogos alemanes”, de algún modo, olvidaban la cotidianidad mientras construían castillos de ideas en el cielo –aunque sean ideas sobre la tierra-. En lo siguiente veremos cómo este olvido tiene ciertamente un papel que jugar en la concepción zizekiana de “ideología” pero ahora descubierto como inconsciencia. Veamos.
El desciframiento del mecanismo del modo de producción e intercambio capitalista no basta para superar el fetichismo de nuestras prácticas. El desvelamiento del secreto de la mercancía como relación entre su valor de uso y su valor de cambio no destruye su forma ‘natural’. Los economistas ingleses -a quienes Marx critica- sabían sobre la determinación del valor de cambio de la mercancía por el trabajo acumulado en ellas, y sin embargo continúan “siendo espíritus cautivos en las redes de la producción de mercancía”[16], es decir, no se preguntan por qué el contenido (valor de uso) de la mercancía reviste la forma de valor (valor de uso) y motivo de la cristalización. Continúan actuando justamente como el modo de producción de su tiempo lo implica, esto es, continúan fascinados por la forma-mercancía. Estos economistas se interesan “únicamente por los contenidos encubiertos tras la forma-mercancía, y ésta es la razón de que no pueda explicar el verdadero misterio, no el misterio tras la forma, sino el misterio de esta forma”.[17]
[1] Zizek Slavoj, The Act and its Vicissitudes, The Symptom (lacan.com), 28/12/2010, http://www.lacan.com/symptom6_articles/zizek.html
[2] Marx Karl, La ideología alemana, Trad. W. Roces, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1970.
[3] Cf. p. 26.
[4] Cf. p. 19.
[5] Ibíd. p. 26.
[6] Ibíd. p. 32.
[7] Ibíd. p. 34.
[8] Zizek Slavoj, El sublime objeto de la ideología, Siglo XXI Editores, México, 2008. Cf. p. 55.
[9] Marx ahora considera que este el mejor punto de partida para hacer un análisis científico de la sociedad capitalista. La mercancía es la forma elemental de este modo de producción.
[10] Marx Karl, El Capital, Libro I, cap. 1, Tr. W. Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, p. 4.
[11] Ibíd. p. 5-6.
[12] Ibíd. p. 7.
[13] Aunque basta con mirar cualquier trabajo de publicidad profesional de nuestros días.
[14] Cf. p. 38.
[15] Ibíd. p. 39.
[16] Ibíd. p. 40.
[17] Zizek, El sublime objeto de la ideología, p. 40.