Relato y mito
Por Manuel Martínez
Se ha dicho que la narración es la piedra de toque de toda tradición, en el sentido de que es a partir del continuo tejido de historias y de la re-elaboración de las mismas que se instaura un relato como pilar de una cultura. (Cave aclarar que por relato se entiende a la estructura epistémica o paradigmática que articula a un agrupamiento cultural)
El caso del judaísmo no es la excepción. A pesar de pregonar una revelación del relato es claro que se ha constituido poco a poco. Es cierto, parten de un monoteísmo que intenta rechazar el politeísmo prístino de su grupo étnico, sin embargo éste brota, pulula en cada intento de esquematizar su mito originario.
Tenemos el caso de la tradición abrahamica, raíz de las tres grandes religiones de occidente. En ella si bien ya está presente el monoteísmo, el dualismo es la clave interpretativa de dicha tradición.
También está la teodicea del génesis, la creación del mundo y de la vida que hay en él, incluyendo la maldad. Tal vez éste es el punto que más explica las peripecias de muchos exégetas bíblicos. ¿Cómo es que Dios siendo infinitamente bueno ha creado el mal? No lo creó –dicen algunos- es la zona donde falta Dios. Otros dicen que hay maldad en el mundo porque en el mismo Dios la maldad está presente. A esta tesis se le añaden consideraciones semánticas respecto al término de maldad; lo que uno percibe como maldad no es otra cosa que terror. Es lo numinoso, la cara de lo absoluto, de lo indeterminado: el lado B de Dios. Y como parte de él resulta fascinante contemplarlo e incluso resulta nada deleznable experimentarlo. El mal es pues el misterium tremendum.
Estas interpretaciones nacen a la sazón de un eje rector, a saber la justificación a posteriori del mito. El mito per se no necesita justificación, es la primera piedra, el cimiento, cimiento que in nuce implica un edificio. Por el contrario, lo que sí la requiere es la instauración del mito como meta-relato, como episteme de una cultura, pues en ese momento trata de esquematizar la vida óntica y ontológicamente. Ya no es momento de onomatopeyas, es tiempo de conceptualizar trascendentalmente.
Es decir, la narración posibilita la creación del mito, engrana de tal manera que al desarrollarse puede, sobre la marcha, justificar su camino, instaura el modelo ad hoc, modelo que se irá adecuando conforme la práctica lo requiera.