La difícil inteligibilidad de la respuesta que Dios le da a Job y que nos es legada en el texto bíblico, admite una explicación que, de nuevo, va a tocar a la cuestión de la potencia misma del lenguaje como apartura al mundo.
Como sabemos, la Torá es el conjunto de los 5 libros que contienen los fundamentos éticos, legales y religiosos del judaísmo. Estos 5 libros -Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio- son atribuidos por la tradición judía a Moisés, quien los escribió por inspiración divina.
Junto con esta Torá revelada a Moisés, comenzaon a surgir entre el siglo II a.C. y el III y IV d. C. una serie de comentarios que intentaban explicar y transmitir esta revelación originaria de la Torá. Estos comentarios no estaban necesariamente escritos para su preservación; su función era la de transmitir y hacer inteligible el contenido de la Torá originaria. A esta serie de comentarios se les engloba bajo el nombre de Tradición.
En un punto, aproximadamente en el siglo I d.C. esta serie de comentarios comenzó a revestirse de una dignidad religiosa tan parecida a la de la Revelación de la Torá que se la empezó a poner al lado de ésta, cobrando con el tiempo, el carácter de escritos revelados. Así, “pone en cuestión (...) el sentido originario de revelación como un ámbito de asertos claramente acotado, único y positivamente dado”. La Tradición adquiere un carácter revelado y comienza a llamársele “Torá oral”, lo cual engendra la distinción de la Torá de Moisés como “Torá escrita”1.
Esta Torá oral es extraída por los doctores de la Ley de la Torá escrita y su objetivo es el desarrollo de verdades, dichos o hechos dados o encerrados en la Revelación. Con este gesto, lo que se hacía evidente es que la revelación, para ser correctamente entendida y adecuadamente aplicada a las circunsancias, requiere de un comentario.2 ¿Pero cómo se podía sostener que el comentario tenía la suficiente autoridad como para aclarar y revelar lo revelado?
Comenzó a circular la tesis de que, en realidad, todo el contenido de la Torá oral tiene el mismo origen que la Torá escrita y que, por lo tanto, ha sido conocida desde siempre. Absolutamente toda la verdad se encuentra ya en el texto de la Revelación, de la cual los estudiosos extraen el comentario. El rabino Josua ben Levi dijo: “Escritura, Mishná, Talmud y Haggadá, incluso lo que un discípulo precoz vaya a proponer un día ante su maestro, todo le fue ya dicho a Moisés en el Sinaí”3
Así, “la verdad no consiste en inventarse algo, más bien en insertarse en la continuidad de la Tradición de la divina palabra y desarrollar en relación con su época actual aquello que a él le llega de ese continuidad”4. En suma, toda experiencia religiosa de la revelación es una experiencia mediada, es “experiencia de la voz de Dios, no experiencia de Dios”5, y por eso requiere de la Tradición para ser mínimamente experimentable y recibida.
Más adelante, los cabalistas -quienes llevaron a sus últimas consecuencias los planteamientos aquí esbozados- se preguntaron qué era lo que Dios podría propiamente revelar y en qué consistía esta voz de Dios. La respuesta es, a grandes rasgos, que Dios se revela a sí mismo convertido en lenguaje: el nombre de Dios, lo que siempre se dice en la Revelación, oculto bajo mil jeroglíficos “que contiene a todo en todo, es un jeroglífico de infinitos jeroglíficos, una fuente eterna de secretos que nunca se agota, que mana incesantemente nueva y señera”6. La revelación es la revelación del nombre o de los nombres de Dios, cuyo lenguaje carece de gramática y “se compone únicamente de nombres”7.
De lo anterior se desprende una consecuencia fenomenal que los cabalistas supieron ver y precisar: si lo que se revela en la Torá es el nombre de Dios en un número de infinitas permutaciones y combinaciones de las consonantes que lo componen hasta llegarnos en hebreo, entonces esa Torá escrita es, en realidad, una revelación ya mediada y, por lo tanto, oral. En otras palabras, el lenguaje divino, compuesto por puros nombres, es incomprensible para nosotros y la Revelación originaria no es toda la revelación, sino una mediación de esa “palabra absoluta” incomprensible. De lo cuál también se puede desprender que la única Torá escrita es ese nombre de Dios, absoluto e incomprensible, previo a su desarrollo y diferenciación en la multiplicad de letras y fonemas que componen el lenguaje humano. A propósito de esta idea existe en el Midrash una imagen extraordinaria: según ella, la torá preexistente fue escrita con fuego blanco sobre fuego negro, en donde el fuego blanco es la Torá escrita (la ininteligible para el hombre), en la cual todavía no son visibles las formas de las letras y que tales formas las recibe por la fuerza del fuego negro, que es laTorá oral. El fuego negro es como la tinta sobre el pergamino de los rollos de la Torá, que vuelve inteligible la informe blancura de la Torá divina.8
La Torá aparece así como un entretejido de los nombres de Dios, un decir que está compuesto precisamente de aquello que no termina de decir.
De tal manera, la palabra de Dios es infinitamente interpretable y la revelación es aquello que, sin tener ningún sentido específico, confiera a la palabra un sentido inagotablemente rico y será la tarea del intérprete restituir esa palabra divina a la situación histórica y temporal en la que está situado el hombre.
Una vez hecho este recorrido, me es posible regresar al punto inicial de esta pequeña glosa: ¿Cómo entender la respuesta de Dios a Job, que ha quedado plasmada en el Tanakh o Biblia judía?
Si tomamos en cuenta lo dicho hasta ahora podríamos aventurar lo siguiente: la inteligibilidad de la respuesta de Job nos está parcialmente vedada porque el momento histórico en el cual fue escrita, mediada y transmitida por su autor nos es muy lejano. La respuesta de Dios a Job no es la respuesta de Dios a Job, sino la manera en que el profeta pudo apresar la pureza y absolutez del lenguaje divino para legarla a su tiempo.
Porque “por su voz hace Dios cosas maravillosas, cosas grandes que no comprendemos9, Job tomó en sus manos la tarea de reconducir e insertar en la Tradición esa incomprensible palabra que Dios le daba y que su tiempo le demandaba.10
1Scholem, Gershom. Conceptos básicos del judaísmo. Madrit: Trotta, 2000. p. 78
2Ibíd., p. 80
3Citado en Scholem, op. Cit.,p. 83
4Ibíd., p. 84
5Ibíd. p. 87
6Molitor, F.J., citado en Scholem, op. Cit. p. 88
7Ibíd., p. 88
8Ibíd. p. 90
9Job 37:5
10“Pues en cada generación la Torá es investigada según las necesidades de esa generación, y Dios ilumina los ojos de los sabios de la correspondiente generación para que ellos en su Torá percibaln lo conveniente para ellos”. Degel Makné Efrayim citado en Scholem, op. Cit., p. 84
1 comentario:
desgraciadamente sigo sin saber quién es "unoqueopina"
no podré registrar estas colaboraciones
:(
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