miércoles, 1 de diciembre de 2010

Job y la Revelación

Del relato bíblico de Job es posible extraer una multiplicidad de lecturas: una separación de las esferas divina y humana que podrían implicar la libertad del hombre, una refutación a la doctrina de la retribución, una absoluta incompatibilidad entre Dios y el hombre. Sin duda, uno de los rasgos característicos de un gran relato es su capacidad para producir más relatos que versen sobre él o que lo tomen como punto de partida.

Para esta pequeña glosa especulativa he decidido centrarme específicamente en el final del relato: la aparición de Dios y la respuesta de Job. Estimo innecesario hacer un recuento de la historia, la cual presupongo es ampliamente conocida. Bástenos recordar apenas lo esencial para nuestros fines.

Luego de haber perdido sus bienes materiales y su salud, Job comienza a cuestionar la justicia y las razones1 de su sufrimiento. ¿Acaso Dios no ha reparado en la excelencia de Job, en su rectitud moral?

Job reta a Dios a un juicio porque “Por lo menos conocería su respuesta y trataría de comprender lo que él dijera”2. Dios aparece. Dios responde.

La respuesta de Dios puede que sea una de las fanfarronadas más grandes jamás escritas, pero esto no es lo importante en este caso3; lo que me importa resaltar es que la respuesta de Dios elude por completo la demanda inical de Job: una razón que justifique su sufrimiento. A pesar de esta aparente jugarreta divina, Job acepta que Dios lo puede todo y se reconcilia con él ¿A qué se debe esto?


    Por su voz hace Dios cosas maravillosas, cosas grandes que no comprendemos (Job 37:5)

En el ensayo La idea del lenguaje4, Giorgio Agamben afirma que el rasgo constante de la revelación es la heterogeneidad de ésta respecto de la razón. Toda revelación, para serlo, requiere que su contenido sea el de algo que la razón y el lenguaje humano no puedan alcanzar con sus propias fuerzas; no es una verdad expresable en proposiciones lingüísticas sobre lo existente sino que es algo que se encuentra justo en el origen de la misma experiencia de la lengua: “al principio era el Verbo”.

Job no encuentra razones que justifiquen su sufrimiento, se encuentra desamparado con una razón que sólo lo hace desesperar más y más de su propia condición. Dios, nada trivialmente, aparece bajo la forma de una voz que “ruge” y “retumba” y que viene a humillar a este pobre hombre, haciendo alarde de todo lo que puede, ha podido y podrá.5 Dios es la imagen de la potencia del lenguaje, que no sólo comunica sino que revela y crea: trae del no-ser al ser y abre el mundo. Todo razonamiento presupone al lenguaje pero, y aquí es donde hay que poner atención, el lenguaje siempre se presupone a sí mismo: toda enunciación, antes que implicar la existencia de aquello de lo que se habla, implica la existencia del lenguaje como tal. Antes de hablar de algo, habla de su hablar mismo.

Parece que así podemos encontrar un sentido inteligible a la conclusión que Job extrae de la palabra divina y de su terrible encuentro con ella: “Yo reconozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que te sea oculto” 6; el sentido de la Revelación es demostrar que todo conocimiento y toda palabra tiene su fundamento en una apertura que lo trasciende, pero que concierne a la posibilidad y existencia misma del lenguaje. Es decir, concierne a la potencia misma del lenguaje -inexpresable a través del lenguaje- que está en la base de todo acto lingüístico: es lo que se dice siempre, no diciéndose.

Aún así queda la pregunta ¿cómo es que la revelación de la potencia del lenguaje -todavía cubierta por el velo de la divinidad- provocara en Job semejante paz?

Todavía el siglo pasado Wittgenstein señalaba en el Tractatus la existencia de un sentimiento abrumador que apunta, me parece, en la misma dirección que la revelación divina: lo místico. "Lo místico no es -dice Wittgenstein- cómo sea el mundo sino que sea el mundo"7. Heidegger, por su parte, diría que el hombre es único entre todos los entes porque sólo él puede experimentar “la maravilla de las maravillas: que el ente es”. Ambos confiesan ese sentimiento abrumador ante un evento que no cesa de repetirse: que las cosas sean y ambos admiten la fuerte relación que hay entre este existir y el lenguaje mismo. En el caso de Wittgenstein, no está de más hacer una precisión, ya que siempre se menciona la manera en que él veía en el lenguaje únicamente una fuente de confusiones y malentendidos, por lo que su presencia en este escrito nos puede parecer rara. Sin embargo, Wittgenstein escribía en el Tractatus: “La proposición no puede representar la forma lógica; se refleja en ella. Lo que en el lenguaje se refleja, el lenguaje no puede representarlo” (prop. 4. 121). Dicho de otro modo, las proposiciones dicen y tienen por lo tanto un significado, cuando representan un hecho; pero al decir, muestran su forma lógica, es decir, su identidad de estructura con la realidad; de modo que en conclusión, como dice Russell, lo que es inexpresable es la expresividad del lenguaje (Hadot, P. Wittgenstein y los límites del lenguaje, p. 42). En Wittgenstein, pues, volvemos a encontrar esta expresividad misma del lenguaje que permanece inexpresada en el lenguaje mismo, pero que sólo puede ser mostrada:Yo te conocía sólo de oídas; pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42:5).

Sin duda, nuestra dificultad para comprender la grandeza ante la que se maravillaron los hombres -desde Job hasta Heidegger, es señal de que nos hemos vuelto completamente conscientes del lenguaje (en parte, gracias a Wittgenstein y a Heidegger) y de que “Aquello que las generaciones pasadas han pensado como Dios, ser, espíritu, inconsciente, por primera vez nosotros lo vemos límpidamente como lo que son: nombres del lenguaje”8.

Una cierta filosofía tomó esta consigna bajo lo que se dio en llamar giro lingüístico para hacer del lenguaje el lugar de la revelación de la nada de toda cosa, y es tarea de la filosofía que asuma la responsabilidad de cuestionar la validez de tal empresa y se mida con ella, en esa cara desnuda y cruda que el lenguaje ahora nos revela, olvidando toda tentación inútil de "volver atrás".


1Aquí, por ejemplo, Zizek ve la primera manifestación rebelde de un hombre contra la ideología, en el sentido de que, a pesar de las razones que sus amigos teólogos le dan (o tal vez precisamente por ellas), él sigue inconforme con las supuestas razones que sustentan la justicia de la cuál sus amigos hablan.

2Job 23:5. Cursivas mías

3Además de que, tal vez, no sea el caso.

4Agamben, Giorgio. Idea del lenguaje. La potencia del pensamiento. Barcelona: Anagrama. 2008

5¿No es acaso otra característica del lenguaje su ser infinitamente potencial (de posse-potere: poder)?

6Job 42:2

7Wittgenstein, L. Tractatus Logico Philosophicus, prop. 6.44

8Agamben op. Cit. p. 35

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