jueves, 7 de octubre de 2010

¿Qué es la filosofía? , Un acercamiento no-filosófico

El hombre -y no la idea del hombre- es un ser social y pragmático. Cada individuo nace en un mundo que se comparte, un mundo construido y en construcción. Pero ¿cómo es ese mundo y cómo se construye? Y aún más inquietante, ¿qué quiere decir “mundo” en este contexto? ¿De dónde le viene su compatibilidad con todos los individuos? Ciertamente no podremos contestar a estas preguntas haciendo un estudio de la historia del concepto “mundo”. El concepto “mundo” es siempre posterior a la experiencia originaria de aquello que nombramos “mundo”. Pero, ¿cómo acercarnos teóricamente a lo empírico? La sociología del conocimiento propone un estudio de aquello que nos permite experimentar el “mundo”, es decir, las estructuras cognoscitivas colectivas por las que la experiencia se conduce y produce sentido[1]. En este trabajo trataremos de seguir los procesos de la construcción social de tales estructuras.

Institucionalización

Toda actividad humana está sujeta a habituación[2]. La constitución biológica del hombre implica repeticiones (dormir, comer, caminar, etc.). Pero también la constitución social las implica. La comunicación es en gran parte repetición de signos y símbolos. Así, el trato con el otro nunca es a tábula rasa. Si tratamos con alguien conocido sabemos de antemano lo que podríamos decir porque hemos tenido antes otras conversaciones, y aún si tratamos con algún desconocido sabemos cómo llegar a conocerlo porque ya lo hemos hecho antes también. -Ciertamente es distinto cuando por primera vez hablamos o conocemos personas, pero difícilmente se parte de la novedad –o en todo caso la novedad dura sólo unos instantes-, porque ya primera interacción social implica una apertura al mundo colectivo. Incluso desde antes de nacer alguien nos espera -una familia, un Estado, un contexto, etc.—. De cualquier modo, nos colocamos siempre en un estado de habituación. Pero la habituación se convierte en institucionalización cuando aparecen grupos de gente habituada y especialmente cuando hay interacción entre estos grupos.

Es en la institucionalización donde vemos claramente los primeros órdenes sociales. Formar parte de una institución es estar en un modo concreto de hacer las cosas, pero para hacer las cosas se necesita saber cómo hacerlas. La institucionalización implica entonces un conocimiento pre-teórico. Este conocimiento es en primera instancia uno esotérico y excluyente. Pero a medida que aparecen más grupos institucionalizados –más modos concretos de hacer las cosas- esto deja de ser algo indeseable y surge la división del trabajo como consumación –aparentemente feliz- de las sociedades institucionalizadas.

Cuando menos dos factores harán problemática esta consumación. 1) La división del trabajo permite que los individuos profundicen en sus modos de hacer las cosas y que mejoren las obras, que cambien cualitativamente, lo que a su vez genera nuevos materiales culturales (técnicas) e impulsa la espontaneidad y el aparecimiento de nuevos modos de hacer las cosas. La novedad implica una ruptura con los individuos de la vieja institución y la necesidad de un bagaje claro de nuevo conocimiento. Por otra parte, 2) el surgimiento de nuevas generaciones también requiere una asimilación de la novedad de las instituciones dadas. Pero en tanto las instituciones son históricas y volubles, siempre requerirán de una actualización, lo cual no quiere decir solamente que se cambian algunas reglas de la institución sino que esta se absolutiza. “El ‘ya volvemos a empezar’ se transforma en ‘Así se hacen las cosas’ ”[3]. Es en este momento cuando el mundo empieza propiamente a ser. Su facticidad le viene, en primera instancia, de la absolutización de las instituciones.

Con todo, es posible que se presenten algunos factores que posibiliten la resistencia a la absolutización de las instituciones. El “así se hacen las cosas”, con el paso del tiempo se torna en un “dicen que así se hacen las cosas”. El hecho incuestionable puede transformarse en mera tradición. Se requiere ahora de una coerción sobre el individuo renuente. Estas represiones y violencias, las constantes contradicciones entre grupos habituados, modos de hacer, generaciones, etc., son parte de la construcción y el desarrollo del mundo, y sin embargo, el mundo tiene una consistencia sólida. Y es que aunque las sociedades cambian, el modo en que pensamos –el modo de organizar la experiencia- no cambia demasiado. Por muy caóticos que se presenten los eventos de la vida no podemos más que aprehenderlos ordenadamente. El orden no está en las instituciones, sino en la idea que nos hacemos de ellas. “Dicho de otro modo, la conciencia reflexiva superpone la lógica al orden institucional”[4]. Así pues, tenemos que es en el campo del pensamiento donde cobra sentido el mundo. “El conocimiento relativo a la sociedad es pues una realización en el doble sentido de la palabra: como aprehensión de la realidad social objetiva y como producción continua de esta realidad”[5]. Los individuos, mediante el conocimiento, subjetivizan el mundo, lo hacen suyo, y a la vez lo producen.

Esta condición es importante para entender la manera en que los individuos se comprenden a sí mismos. Siempre se miran a través del mundo y así viven también. El hecho de que podamos formar parte de alguna o varias instituciones nos permite intercambiar papeles. El constante intercambio de individuos entre instituciones y la convivencia generalizada permite la construcción de roles, que son “tipos de actores”[6]. La absolutización de la institución se encarna en la vida de los individuos cuando juegan un rol concreto. Los roles representan prácticamente las instituciones. Además, el rol requiere un cúmulo específico del conocimiento colectivo. Es entonces cuando surgen los especialistas.

El desarrollo cualitativo y cuantitativo de la división del trabajo posibilitará un primer distanciamiento entre la práctica concreta generalizada y los modos específicos de hacer las cosas, entre la obra y su productor. Aristóteles pudo ver algo de esto cuando escribe en su Metafísica:

Es, pues, verosímil que en un principio el que descubrió cualquier arte, más allá de los conocimientos sensibles comúnmente poseídos, fuera admirado por la humanidad, no sólo porque alguno de sus descubrimientos resultara útil, sino como hombre sabio que descollaba entre los demás; y que, una vez descubiertas múltiples artes, orientadas las unas a hacer frente a las necesidades y las otras a pasarlo bien, fueran siempre considerados más sabios estos últimos que aquéllos, ya que sus ciencias no estaban orientadas a la utilidad. A partir de este momento y listas ya todas las ciencias tales, se inventaron las que no se orientan al placer ni a la necesidad, primeramente en aquellos lugares en que los hombres gozaban de ocio: de ahí que las artes matemáticas se constituyeran por primera vez en Egipto, ya que allí la casta de los sacerdotes gozaba de ocio.[7]

Pero no será hasta Marx cuando se teorice este alejamiento de las “necesidades de la vida”. El surgimiento de la noción de “teoría pura” marxista puede ser clave para la comprensión de las estructuras de conocimiento (o superestructuras en términos marxistas). Más adelante esperamos profundizar en ello. Por ahora nos basta con decir que esta “teoría pura” repercute en el comportamiento de los individuos. La teoría determina los actos de los individuos, pero dado que lo teórico cada vez es más esotérico, los individuos se determinan cada vez más desde el exterior y van perdiendo auto-determinación. Al mismo tiempo, los especialistas dan cuenta de ello y surge una teoría de la conservación y legitimación de la institución. No es que los especialistas sean dominadores y manipuladores y que pretendan someter ideológicamente a los no especializados, sino que su trabajo consiste precisamente en fortalecer las instituciones –aunque con frecuencia no den cuenta de ello-.

Es en este contexto teórico donde nos gustaría tratar de ubicar a la filosofía. No cabe duda que es un área teórica, especializada y en muchas ocasiones pareciera demasiado alejada de las prácticas sociales concretas materiales. ¿En qué grado es la filosofía un dispositivo de legitimación ideológico? ¿Hasta qué punto es conservadora? ¿Qué quiere decir filosofía crítica entonces? Trataremos de trabajar estas preguntas en lo siguiente.



Por Neil Mauricio Andrade Ruiz



[1] Berger P. & Luckmann T., La construcción social de la realidad, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2006.

[2] Ibíd., pp. 72

[3] Ibíd., p. 79

[4] Ibíd., p. 85

[5] Ibíd., p. 88

[6] Ibíd. p. 97

[7] Cf. Aristóteles, Metafísica, I, 981b 10-20. (Trad. Calvo Martínez Tomás)

1 comentario:

atopías dijo...

Tu colaboración es muy interesante y puede ser muy útil, pero te pediría que aprovecharas a Berger y Luckmann en alguna aplicación de sus ideas a un tema medieval (de eso se trata en esta materia).
A mí me gustaría en algún momento trabajar la mística como vía de "deconstitución" de la "realidad", quizá esto te pueda sugerir algo...