Para Peter. L. Berger y Thomas Luckmann la sociología del conocimiento debe ocuparse de la construcción social de la realidad. Esto quiere decir que este tipo de sociología debe “ante todo, ocuparse de lo que la gente ‘conoce’ como ‘realidad’ en su vida cotidiana, no-teórica o pre-teórica. Dicho de otra manera, el ‘conocimiento’ del sentido común más que las ‘ideas’ debe constituir el tema central de la sociología del conocimiento. Pues precisamente este ‘conocimiento’ constituye el edificio de significados sin el cual ninguna sociedad podría existir”.(1) Éste es el sentido principal de la obra citada. En estas participaciones intentaremos ante todo la exposición de un primer acercamiento al texto y nada más, lo cual no quiere decir que no se pretenda a la vez una postura crítica desde el primer momento. No queremos tampoco posicionarnos desde la filosofía, pero tampoco podremos evitarlo del todo. Esperamos que esta ambigüedad no sea un defecto; aspiramos a un momento interdisciplinario.
Sobre los fundamentos del conocimiento en la vida cotidiana(2)
A pesar de que la obra que nos ocupa es propiamente sociológica, en su interior yacen nociones cuya historia ha sido casi exclusivamente filosófica. La principal es la de realidad. Berger y Luckmann (“ByL” a partir de aquí) no soslayan este hecho. Su propósito es el análisis objetivo de la realidad como “sentido común”, realidad que además se toma como dada. Pero el tránsito de la vida cotidiana al establecimiento de una realidad interpretada socialmente y con significado subjetivo de un mundo coherente es complejo en sí mismo. Y aunque la sociología no tendría en un principio por qué preguntarse sobre los fundamentos de la realidad –le bastaría con aceptarla como datos fenómenos particulares- para este tema en particular es necesario aclarar el sentido de la “realidad” que se analizará. ¿Esta aclaración es filosófica? Veamos, ellos mismos dicen: “solamente podemos esbozar los rasgos principales de la que creemos es una solución adecuada al problema filosófico; pero entendámonos, adecuada sólo en el sentido de que puede servir de punto de partida para el análisis sociológico”. ¿Qué quiere decir esto? ¿La solución de un auténtico problema filosófico -como el de la fundamentación de la realidad- puede adecuarse a un punto de partida para el análisis científico? Ciertamente, pero entonces la positividad de esta solución se vierte toda en el terreno de la sociología. La aclaración filosófica adecuada de la realidad como sentido común no implica ningún progreso estrictamente filosófico. No es este el momento en que la filosofía sacaría provecho del análisis sociológico.(3) Entonces, ¿podemos ser pacientes? ¿Podemos callarnos durante un momento la boca filosófica y asimilar conceptos extraños a nuestra vida cotidiana de hombre que se dedica a la filosofía? ByL responden que sí, o por lo menos lo suponen. Pues la vida cotidiana del filósofo no es nunca filosófica. Precisamente porque se dedica a la filosofía no vive filosóficamente. Su vida cotidiana es de trabajo, de rutina, de academia, etc. Y dado que la vida cotidiana nunca se muestra como es, sino que se presenta como realidad, cualquier otra esfera de la vida menos cotidiana –como el acto de filosofar- se subordina siempre a la realidad por excelencia, la realidad privilegiada y masiva que es el sentido común.
Ahora bien, ByL no hablarán nunca de la vida cotidiana propiamente. Pues para decir algo propio de ella hay que decirlo desde ella y para esto se requiere un esfuerzo ontológico, se requiere de un Heidegger, por ejemplo. Esto no es pedantería, nos parece importante señalarlo dado que nuestros autores consideran la fenomenología como el método más conveniente para esta etapa de la investigación que es meramente “descriptiva”… “El sentido común encierra innumerables interpretaciones pre-científicas y cuasi-científicas sobre la realidad cotidiana, a la que da por establecida, tendremos que referirnos a estas interpretaciones, así como también tendremos que tomar en cuenta su carácter de presupuesto; pero lo hacemos colocándolo entre paréntesis fenomenológicos”.(4) En este sentido se asemeja al proceder metódico aristotélico en tanto que el campo de lo fenoménico incluye lo que se dice, pero aquí no es para encontrar contradicciones lógicas en ello -como nos parece que hacía Aristóteles-, sino para mostrarlo como una unidad-totalidad. Se trata de un esfuerzo descriptivo que acumula las experiencias que tendría toda “auto-conciencia ordinaria”, como ellos llaman al sujeto imaginario. Pero, ¿el hecho de que sea un sujeto imaginario –ByL en realidad- no implica ya un exceso de subjetividad en la descripción objetiva del sentido común? Es decir, ¿no tendría que sustentarse la descripción teórica –que necesariamente es una construcción también- en la realidad empírica de la sociedad? No es que se tenga que demostrar empíricamente que cada una de las cosas de las que estamos conscientes las compartimos efectivamente con los demás hombres. Pero seguramente un estudio empírico de la población mundial respecto a su sentido común daría algo distinto a lo que nos muestran ByL. Ya vimos que ellos no pretenden hablar desde la sociedad, pero aún así consideramos que su “auto-conciencia ordinaria” es demasiado compleja. Ciertamente no es lo suficientemente ordinaria ni común para considerarse universal. La realidad-sentido común sí tiene orden y tiene coherencia, pero eso no quiere decir que se experimente ordenada y coherentemente. Un hombre sabe por su sentido común que es “malo” tomar Coca-Cola y sin embargo la toma. Una mujer sabe que es “bueno” hacer ejercicio y sin embargo prefiere quedarse a ver televisión. Claro que encontramos “razones” del sentido común para tomar Coca-cola, hay una frase común que va: “de algo me voy a morir”; y a la mujer “le consta” que mañana siempre vendrá otro día y así pospone siempre el ejercicio. Pero entonces encontramos un sentido común fracturado. En ocasiones débil. Y es que pareciera que a pesar de que la realidad-sentido común es fáctica, eficaz, ordenada y coherente, la vida cotidiana en su materialidad guarda contradicciones internas (el inconsciente, la irracionalidad del capitalismo, determinaciones genéticas, etc.) que hacen que los individuos que conforman las sociedades, a lo largo y ancho del planeta, no dejen de sentirse perdidos constantemente. ¿O es que precisamente por dichas contradicciones es que se proyecta una realidad-sentido común ordenada y coherente?
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(1) Berger P. & Luckmann T., La construcción social de la realidad, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, p. 31.
(2)Cf. pp. 36-65
(3)Ibíd., p. 37
(4)Ibíd., p. 38
Por Neil Mauricio Andrade Ruiz
Sobre los fundamentos del conocimiento en la vida cotidiana(2)
A pesar de que la obra que nos ocupa es propiamente sociológica, en su interior yacen nociones cuya historia ha sido casi exclusivamente filosófica. La principal es la de realidad. Berger y Luckmann (“ByL” a partir de aquí) no soslayan este hecho. Su propósito es el análisis objetivo de la realidad como “sentido común”, realidad que además se toma como dada. Pero el tránsito de la vida cotidiana al establecimiento de una realidad interpretada socialmente y con significado subjetivo de un mundo coherente es complejo en sí mismo. Y aunque la sociología no tendría en un principio por qué preguntarse sobre los fundamentos de la realidad –le bastaría con aceptarla como datos fenómenos particulares- para este tema en particular es necesario aclarar el sentido de la “realidad” que se analizará. ¿Esta aclaración es filosófica? Veamos, ellos mismos dicen: “solamente podemos esbozar los rasgos principales de la que creemos es una solución adecuada al problema filosófico; pero entendámonos, adecuada sólo en el sentido de que puede servir de punto de partida para el análisis sociológico”. ¿Qué quiere decir esto? ¿La solución de un auténtico problema filosófico -como el de la fundamentación de la realidad- puede adecuarse a un punto de partida para el análisis científico? Ciertamente, pero entonces la positividad de esta solución se vierte toda en el terreno de la sociología. La aclaración filosófica adecuada de la realidad como sentido común no implica ningún progreso estrictamente filosófico. No es este el momento en que la filosofía sacaría provecho del análisis sociológico.(3) Entonces, ¿podemos ser pacientes? ¿Podemos callarnos durante un momento la boca filosófica y asimilar conceptos extraños a nuestra vida cotidiana de hombre que se dedica a la filosofía? ByL responden que sí, o por lo menos lo suponen. Pues la vida cotidiana del filósofo no es nunca filosófica. Precisamente porque se dedica a la filosofía no vive filosóficamente. Su vida cotidiana es de trabajo, de rutina, de academia, etc. Y dado que la vida cotidiana nunca se muestra como es, sino que se presenta como realidad, cualquier otra esfera de la vida menos cotidiana –como el acto de filosofar- se subordina siempre a la realidad por excelencia, la realidad privilegiada y masiva que es el sentido común.
Ahora bien, ByL no hablarán nunca de la vida cotidiana propiamente. Pues para decir algo propio de ella hay que decirlo desde ella y para esto se requiere un esfuerzo ontológico, se requiere de un Heidegger, por ejemplo. Esto no es pedantería, nos parece importante señalarlo dado que nuestros autores consideran la fenomenología como el método más conveniente para esta etapa de la investigación que es meramente “descriptiva”… “El sentido común encierra innumerables interpretaciones pre-científicas y cuasi-científicas sobre la realidad cotidiana, a la que da por establecida, tendremos que referirnos a estas interpretaciones, así como también tendremos que tomar en cuenta su carácter de presupuesto; pero lo hacemos colocándolo entre paréntesis fenomenológicos”.(4) En este sentido se asemeja al proceder metódico aristotélico en tanto que el campo de lo fenoménico incluye lo que se dice, pero aquí no es para encontrar contradicciones lógicas en ello -como nos parece que hacía Aristóteles-, sino para mostrarlo como una unidad-totalidad. Se trata de un esfuerzo descriptivo que acumula las experiencias que tendría toda “auto-conciencia ordinaria”, como ellos llaman al sujeto imaginario. Pero, ¿el hecho de que sea un sujeto imaginario –ByL en realidad- no implica ya un exceso de subjetividad en la descripción objetiva del sentido común? Es decir, ¿no tendría que sustentarse la descripción teórica –que necesariamente es una construcción también- en la realidad empírica de la sociedad? No es que se tenga que demostrar empíricamente que cada una de las cosas de las que estamos conscientes las compartimos efectivamente con los demás hombres. Pero seguramente un estudio empírico de la población mundial respecto a su sentido común daría algo distinto a lo que nos muestran ByL. Ya vimos que ellos no pretenden hablar desde la sociedad, pero aún así consideramos que su “auto-conciencia ordinaria” es demasiado compleja. Ciertamente no es lo suficientemente ordinaria ni común para considerarse universal. La realidad-sentido común sí tiene orden y tiene coherencia, pero eso no quiere decir que se experimente ordenada y coherentemente. Un hombre sabe por su sentido común que es “malo” tomar Coca-Cola y sin embargo la toma. Una mujer sabe que es “bueno” hacer ejercicio y sin embargo prefiere quedarse a ver televisión. Claro que encontramos “razones” del sentido común para tomar Coca-cola, hay una frase común que va: “de algo me voy a morir”; y a la mujer “le consta” que mañana siempre vendrá otro día y así pospone siempre el ejercicio. Pero entonces encontramos un sentido común fracturado. En ocasiones débil. Y es que pareciera que a pesar de que la realidad-sentido común es fáctica, eficaz, ordenada y coherente, la vida cotidiana en su materialidad guarda contradicciones internas (el inconsciente, la irracionalidad del capitalismo, determinaciones genéticas, etc.) que hacen que los individuos que conforman las sociedades, a lo largo y ancho del planeta, no dejen de sentirse perdidos constantemente. ¿O es que precisamente por dichas contradicciones es que se proyecta una realidad-sentido común ordenada y coherente?
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(1) Berger P. & Luckmann T., La construcción social de la realidad, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, p. 31.
(2)Cf. pp. 36-65
(3)Ibíd., p. 37
(4)Ibíd., p. 38
Por Neil Mauricio Andrade Ruiz
3 comentarios:
Muy buena colaboarción, peculiar dentro del contexto, y muy fructífera para analizar algunos textos tradicionales (y aún filosóficos)
Me gustó la entrada
Muy buena tu aportación. La redacción es correcta, el problema es claro. Me queda una duda: ¿qué estás entiendo por realidad? Recuerda que es un concepto metafísico y deberías acotarlo para saber desde dónde lo estás viendo.
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