Karen Hernández Peralta, octubre del 2009
El Génesis: ambiente de relaciones dialécticas
En los primeros capítulos de El Génesis es posible encontrar ciertas relaciones dialécticas, entendidas éstas como relaciones reciprocas entre opuestos. Aquí me ocuparé brevemente sólo de cuatro: 1. Los elementos que forman al mundo; 2. La relación varón- mujer; 3. El entendimiento y la carencia de éste; y 4. La inmortalidad y la mortalidad.
El mundo presenta una división desde el inicio de su creación: hay una clara distinción valorativa entre los elementos que lo conforman. El creador del mundo, para los judíos, Dios, comenzó a hacer tales diferencias valorativas desde el primer día de la creación, “Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó ʽdíaʼ, y a la oscuridad la llamó ʽnocheʼ. De este modo se completó el primer día.”[1] Es posible notar con la anterior referencia la oposición originaria entre los binomios luz, oscuridad; día, noche; bueno, malo, que constituyen al mundo. Pero no sólo esto, dichos binomios operan dependiendo uno del otro, pues, por ejemplo, sin la oscuridad la luz no sería tal. Así pues, es una relación donde los elementos es cuestión dialogan entre sí desde sus diferencias.
Ahora bien, en El Génesis se plantea una relación bastante singular entre el varón y la mujer: el varón es el origen de la mujer. Como es bastante sabido Eva fue creada de las costillas de Adán. Este hecho no es meramente ocasional. Podemos decir en este contexto que la mujer tiene un estatus ontológico menor al del varón. Lo anterior representa la preeminencia originaria del varón ante la mujer en la religión cristiana. Por ello Adán dice lo siguiente, “¡Ésta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! Se va a llamar ʽmujerʼ porque Dios la sacó del hombre.”[2]
Cabe mencionar que la relación entre el varón y la mujer no parece propiamente dialéctica, sino más bien de dependencia. El varón fue creado sin la necesidad de la mujer, mientras ésta requiere forzosamente de aquél para existir.
Por otro lado, es interesante resaltar que si bien Adán y Eva permanecían en el Edén, en el llamado Paraíso, ello no implicaba que tuvieran entendimiento. Al contrario, justamente el pecado de desobedecer a Dios comiendo el fruto del árbol prohibido es apelar un tanto a la obtención de conocimiento, “La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y llegar a tener entendimiento.”[3] Incluso, comer la manzana les permitió a Adán y a Eva tener conciencia de su condición, “En ese momento se les abrieron los ojos y los dos se dieron cuenta que estaban desnudos.”[4]
De lo anterior resulta la relación entre conocimiento e ignorancia, por un lado, y el pecado y la obediencia por el otro. Parece que el pecado es análogo al conocimiento y la obediencia una suerte de ignorancia. Asimismo, la falta de entendimiento se da en el Edén y su contrario, el conocimiento, se da fuera de éste.
Una relación más entre opuestos es mortal, inmortal. Al parecer, una vez que Adán y Eva comieron el fruto prohibido algo que los diferenciaba de Dios era su finitud, “Ahora el hombre se ha vuelto como unos de nosotros, pues sabe lo que es bueno y lo que es malo. No vaya a tomar también del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre.”[5] Por ello Dios decidió proteger el árbol de la vida para que nadie, incluido ellos, comieran del fruto, “Después de haber sacado al hombre [del Edén], puso al oriente del jardín unos seres alados y una espada ardiente que daba vueltas hacía todos lados, para evitar que nadie llegara al árbol de la vida.”[6] De esta manera la inmortalidad es una característica que se reserva Dios para sí mismo, en tanto la mortalidad es una cualidad de Adán y Eva. Es preciso recordar, cualidad adquirida por el pecado original.
A su vez, Adán y Eva no pueden tener el entendimiento y la vida eterna al mismo tiempo. La vida eterna la tenían en el Edén, pero no el entendimiento; conocían la diferencia entre el bien y el mal a costa de su inmoralidad.
Así pues, la exposición anterior sólo es una muestra de las relaciones dialécticas que se plantean en El Génesis. Lo anterior, nos permite afirmar que la religión cristiana guarda, en un cierto sentido, una dialéctica dentro de sí.
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