En san Agustín podemos vislumbrar una antropología del dolor. En los textos revelados, que han de servir como base para la interpretación teológico y/ofilosófica del africano, encontramos numerosos pasajes que aluden no solo al dolor sino, en general, a acontecimientos biológico-vitales y sus repercusiones, las cuales se manifiestan como sentimientos y pasiones.
No es sorprendente que el Dios del judaísmo sea una divinidad caprichosa, celosa e iracunda - ¿cómo podría explicarse que el hombre, hecho a Su imagen y semejanza, fuese distinto? ¿No es este acto ya en cierto modo caprichoso?
Sin embargo, el Dios que nos presenta san Agustín, por más cercano que pueda parecer a primera vista, en la traducción cotidiana de la Biblia; y por más cercano que Le pensemos, en cuanto se representa mental y/o est[eticamente; se encuentra, a la par y paradójicamente, lejano. No me refiero a la tradición hebráica que llena de significado al primer hombre dándole de comer el fruto del Árbol de la Ciencia y que por eso es castigado haciéndose acreedor a la expulsión del Jardín. Asimismo, tampoco deseo realizar un mero argumento estético.
Frente a esa tradición relatora de mitos o frente a ese imaginario popular del cual se afianzan las estructuras religiosas hebráicas y judeocristianas se antepone la filosofía neoplatónica que puede impugnarle el supuesto de una creación ex-nihilo. Nada más anti-griego que tal estado de creencia. Y, sin embargo, en san Agustín tal criticismo filosófico se encuentra, a medida que se confiesa, en sus primeros estadíos contraponiéndose a las herejías, para, asimismo constituirse y volverse pilar de su fe en cuanto es capaz de aprehender, en cierto modo, qué es Dios.
Así, el africano pensará a Dios, en el plano ontológico, como Realidad escindida, sino, también ontológicamente, en un sentido más amplio.
Desde mi lectura de las Confesiones no parece que el Dios agustiniano sea el Dios del antiguo testamento, pues san Agustín parece abstenerse de prdicar ciertas cosas propias de los entes finitos a Dios :
“¡Maldito seas, torrente de costumbres humanas! ¿Quién te resistirá? ¿Cuándo te secarás?[...]Guiado por Ti [tengo una duda respecto de la traducción, ¿Agustín se refiere a Dios o al torrente?] ¿no he leído la historia de un júpiter tonante y adúltero a la vez?[...]Entre aquellos maestros, que vestían la pénula, ¿existe uno solo que pueda, sin escandalizarse, oír a un hombre heho con el mismo polvo que ellos, gritar : “Èsas eran las ficciones de Homero, él atribuía a los dioses las debilidades humanas; yo hubiese preferido que imputase a los hombres las grandezas divinas”? Podría decirse, de un modo más exacto, “Sí, Homero creaba ficciones, pero atribuía la divinidad a hombres viciosos, para impedir que sus torpezas fuesen consideradas torpezas, y para quien cometiese otras parecidas, pareciese imitar, no a gentes perdidas en el libertinaje, sino a los dioses del cielo”. ”
Aun así, el discurso de san Agustín nos permite entrever cierta humanidad en Dios pues podría entenderse que tiene la virtud de la humildad para sentir misericordia por el hombre. El africano no es muy claro al respecto, pero por un lado podría estar de acuerdo con la doctrina del pseudo Dionisio respecto de la inefabilidad de Dios (a excepción de aquellos atributos que se infieren por vía negativa y que podemos comprender) si Agustín estuviese dispuesto a aceptar que lo que menta sobre lo divino sea solamente producto de su comprehensión y que su discurso, y a lo cual se ve forzado al relatar su autobiografía, que como acto político de conversión, tiene por objetivo ser leído; y que al vertirse la realización de su vivencia cristiana en palabras, se ve forzado y, asímismo, invita al cristiano a hablar de Dios analógicamente.
Por otro lado, tal vez el discurso agustiniano resultaría insalvable frente a los argumentos de la teología negativa debido a su exceso de positividad en parte implicada por su peculiar uso de tropos lingüísticos o retórica teológica. No hemos de perder de vista la educación del santo.
El punto vertebral es el siguiente : frente al Ens realisimum se encuentra el ente finito y condenado al cambio.
“Ya no os imaginaba, Dios mío, bajo la apariencia de un cuerpo humano, desde que había prestado oídos a las enseñanzas de la sabiduría[...]Con todo el ardor íntimo de mi corazón os creía incorruptible, inviolable, inmutable. Sin saber de dónde y cómo se imponía a mí esta idea, veía claramente, estaba cierto, de que lo que está sujeto a corrupción es inferior a lo que no se corrompe; colocaba sin vacilar lo que es inviolable por encima de lo que puede ser manchado, lo inmutable por encima de lo que es susceptible de cambio.“
Es claro que san Agustín se propone combatir al maniqueísmo y al panteísmo, ambas doctrinas consideradas herejes y, asimismo importante, notar que los atributos parmenídeos respecto del Ser se encuentran también aquí, quizá por herencia platónica y neoplatónica.
En el plano discursivo, además de una interpretación que haga del santo un rétor o que pretenda socavar los conceptos que sustentan a la razón teológica como pseudopalabrería (Carnap, Kant, deconstruccionismo), podemos encontrar muchas dualidades que se instauran. Podría hablarse de dos polos que buscan tocarse. Hay una degradación óntico-ontológica del hombre pues se le describe como mancillado, apasionado, ignorante, confundido. Dios, sin embargo, lo prefiere pecador. Y sin pecado ni sufrimiento ni degradación no existiría la necesidad de ascender o caminar el camino contrario. Para los orientales, la liberación; para los cristianos, el cielo. Ahí, en el cristianismo, está también Platón. Está el fantasma del discurso maniqueísta. La ascesis frente a la impureza. Lo humano ante lo divino. La cadena que aprisiona y la luz que libera.
Puede que el mal no exista pero hay cierta positividad que se construye mediante el discurso para que se prefiera el acto de bondad o, lo que es lo mismo, el cristianismo teológicamente fundado sobre restos atenienses.
Autor : Montes Ruiz Carlos Eduardo
Un libro: El evangelio de la depresión
Hace 3 años
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