Realidad plegada.
Por Manuel Martínez Márquez
¿Qué entendemos por afuera? ¿Acaso será aquello indeterminado, aquello que no se puede decir –si es cierta la triada lenguaje-pensamiento-realidad – eso que Rudolf Otto llama lo numinoso? ¿O será simplemente lo diferente, eso que a cada repetición se presenta como espectro, como forma diseminada, o mejor aun, como punto de inflexión del pliegue que al desplegarse forma otro y otro pliegue, afirma Deleuze siguiendo a Leibniz?
Parece que el afuera real es un pliegue que se comunica con otros pliegues a través de puntos de inflexión que se proyectan a distintos puntos del espacio (curvo por supuesto, esto sería imposible en un espacio euclidiano) comunicando así a las mónadas que conforman el universo.
Aquí cada mónada es diferente, única e irrepetible, capaz de comunicarse con otra sólo merced a su interioridad. Es decir, no sale de si para alcanzar a la otra, en lo absoluto. Se comunica con otra, digamos, por vibración nunca por rozamiento.
La mónada está plegada o si se prefiere está en el centro de un pliegue. Se encuentra oculta, incomunicada, sin embargo hay algo que permite inferir que bajo ese pliegue hay algo más. Ese algo es la curvatura del espacio, curvatura que nos impide ver todas las caras de un objeto a la vez, que nos hace percibir tridimensionalmente: condición de posibilidad de todo ocultamiento y develación. La curvatura es lo que permite hablar acerca del dentro o fuera del pliegue. En suma nos permite concebir al pliegue.
Pero ¿qué se entiende por pliegue? La RAE define pliegue como: Doblez, especie de surco o desigualdad que resulta en cualquiera de aquellas partes en que una tela o cosa flexible deja de estar lisa o extendida. Queda claro que sobre un espacio plano esto se vería más fácil, sin embargo nuestro espacio es curvo, por ello el pliegue es condición de posibilidad de nuestra percepción. Percibimos pliegues. Las mónadas que hay en ellos somos nosotros. Distintos, alienados uno del otro, incapaces de entrar en el pliegue del otro sin formar otro pliegue más. Sin embargo hay comunicación entre nosotros, nos percibimos, interactuamos a pesar de nuestra diferencia. Uno sale de si para intentar ingresar a al pliegue del otro, pero al hacer tal cosa se crea otro pliegue distinto al que había antes.
Lo importante aquí es resaltar que no hay un afuera absoluto, que al intentar salir de un pliegue se vuelve a crear otro y otro y otro más. Dicho en otros términos, jamás se sale de un contexto absolutamente. Al intentarlo se entra en uno nuevo. O si se prefiere, se salta de esfera de discurso en esfera de discurso, pero el discurso no se abandona.
Con ello queda claro que en la experiencia mística que propone Otto no se “sale” absolutamente de nada. Se entra en algo más.
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