miércoles, 9 de diciembre de 2009

Apuntes sobre el tiempo agustiniano

El tiempo, como ya se sabe, es un problema ontológico fundamental. Es una paradoja indisoluble y al mismo tiempo, el tiempo nos constituye íntimamente. La pregunta de Agustín por el tiempo contiene una reflexión profunda y sincera sobre el tiempo; es ya célebre el pasaje del libro XI de las Confesiones donde dice: “¿Qué es, en efecto, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé, y si trato de explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé”.
¿Qué es el tiempo? ¿Qué es eso que sabemos del tiempo? Siempre sorprende su caracter paradójico; el tiempo es repetición: de los ciclos de los astros, de la crecida del Nilo, de la menstruación de las mujeres, de las fases de la luna. El tiempo es presencia en su repetición. Pero asociamos siempre el tiempo con el cambio. ¿Cómo explicamos aquello que fluye, aquello que nunca es aprehendible por aquello que no cambia, que se repite?
'Presente del presente', 'presente del pasado', 'presente del futuro'. Atención, memoria y previsión; de ese modo Agustín le da ser a aquello que no se detiene en su devenir. Trayendo al presente aquello que parece que no-es. Porque el ser es siempre presente, como ya lo formuló Parménides.
Hacer presente el pasado; traer a la memoria aquello que ya no tiene ser; hablar de algo que ya no está ahí para mirarlo y comprobar su facticidad. El pasado sólo es posible mediante la narración; mediante paradigmas de cómo se cuenta una historia. El pasado nos constituye, no somos presentes. La tesis empirista se cae cuando vemos que ser es ser-siendo-sido.
“No medimos, pues, ni los tiempos futuros, ni los pasados, ni los presentes, ni los que van pasando; y, sin embargo, medimos los tiempos”, dice Agustín.
La pregunta por el tiempo en Agustín es un viaje hacia el interior que lleva a Dios, que es presencia eterna. En la memoria se haya un espejo de la eternidad de Dios; que conoce las cosas pasadas y futuras. El alma humana, podría decirse, está cerca de Dios, fuera del tiempo como tiempo mundano y la distentio animi es la que da lugar a la percepción temporal. "En ti, alma mía, mido los tiempos. No me quieras trastornar lo que es; no te quieras trastornar con el tropel de tus impresiones. En ti, digo, mido yo el tiempo. La impresión que las cosas al pasar hacen en ti, y que, cuando ellas han pasado, permanece, esta misma es la que yo mido presente, no las cosas que pasaron y la produjeron; ésta es la que mido cuando mido el tiempo. Luego, o ella misma es el tiempo, o no mido el tiempo".
El tiempo cristiano cambia por completo el paradigma del tiempo. Los hechos se vuelven particulares; lejana está la idea del tiempo como el tiempo de las estaciones, del eterno retorno. Hay un primer momento en el tiempo, el de la Creación y un final de los tiempos en el Juicio Final. La Revelación impone una nueva idea sobre la historia, donde lo humano se vuelve absoluto puesto que el tiempo se ha cargado sobre el hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

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