viernes, 11 de diciembre de 2009

Jesucristo: Divinidad y Hombre

Se nos ha contado que hace muchos años Dios Padre decidió mandar al mundo a su único hijo, con la intención de expiar los pecados del hombre.

Nacido en medio del ambiente menos digno del Mesías un niño llamado Jeshua se convertía en la promesa de salvación para la humanidad: la divinidad hecha carne.

¿Cómo podríamos explicar la naturaleza de éste Ser?, ¿Como un hombre de capacidades suprasensibles? ¿O como una deidad afectada por las debilidades terrenales? ¿Hasta que punto es posible hablar de la humanidad de Jesucristo sin caer en la blasfemia?

Existir corpóreamente implica una gran cantidad de problemas para quien pretende seguir el camino de Dios. Estar hechos de carne es una trampa del creador. Vivimos reprimidos e insignificantes, resguardados en la insatisfacción provocada por la abstinencia. Son los instintos quienes nos empujan a saciar nuestros apetitos e impulsos, pero es la conciencia (o el miedo que nos inspira la idea de un observante invisible, al estilo de Orwell) quien nos refrena y nos reprende a través de la vergüenza. La pregunta es la siguiente: ¿Jesucristo estaba condenado a éste destino al igual que todo hombre?

El hombre común es incapaz de escapar a su suerte, por más que luche siempre estará pegado a su piel, el deseo no desaparecerá y un cierto lado animal seguirá formando parte suya; en palabras del mismo Platón: “El cuerpo es la prisión del alma”. Pero no sucede lo mismo con quienes han encontrado otro escape distinto a la satisfacción del impulso. Jesucristo, junto con Buda o Mahoma, contó con armas más poderosas para defenderse de la carnalidad. Existen cosas más poderosas que las pulsiones y que los apetitos destructores. El espíritu, en casi toda doctrina filosofica, es lo que hace al hombre ser hombre. El ser humano ha sido bendecido con la razón, separandolo del animal. De tal forma que aquellos que alimenten su psyche alcanzarán un estado en donde las turbaciones terrenas disminuyen su trascendencia y los satisfacciones mundanas carecen de valor. La elevación espiritual de Jesucristo le permitió enfrentar las tentaciones del demonio en el desierto, realizar acciones consideradas como milagros y, más aún, asumir con templanza su destino fatal con tal de llevar a cabo la voluntad del Padre.

Es evidente, para todas las culturas, que Jesucristo no fue de ninguna manera un ser humano normal. Si él fue en verdad hijo de Dios, es imposible saberlo, pero queda claro que sobrepasaba al humano promedio en todos los sentidos posibles.

Aunque nacido en un cuerpo de hombre, y sin duda habiendo experimentado el dolor, el placer, la tristeza y el gozo, Jesús es la figura de la excelencia moral y espiritual para el hombre. Es bueno pensar que la humanidad ha concebido seres como él. Eso le da esperanza al resto de los hombres.


María Itzel Nava Martínez

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