Primer párrafo:
“Ni los santos ni los fieles que adoran a un solo, verdadero y sumo Dios están seguros de los engaños y varias tentaciones, porque en este lugar propio de la flaqueza humana, y en estos días malignos, aun este cuidado y solicitud no es sin provecho, para que busquemos con más fervorosos deseos el lugar donde hay plenísima v cierta paz. Pues en él los dones de la naturaleza, esto es los que da a nuestra naturaleza el Creador de todas las naturalezas, no sólo serán buenos, sino eternos, no sólo en el alma, la cual se ha de reparar con la sabiduría sino también en el cuerpo, el cual se ha de renovar con la resurrección”.
En este párrafo se hace énfasis en la ciudad de los hombres, en la tierra, donde pareciera que la naturaleza humana en vez de ser corruptible, se volviera corruptible: “…en este lugar propio de la flaqueza humana…” es decir el entorno lo vuelve así, y muy probable es que a ese entorno al que nos referimos sea el cuerpo, pues el cuerpo apresa al alma condenándola a estar junto a él hasta que éste perezca y el alma quede en libertad, por eso ésta buscará “con más fervorosos deseos el lugar donde hay plenísima y cierta paz” y tal, por supuesto, no puede encontrarse en la tierra sino que se encuentra en la ciudad de Dios. Entonces los hombres, por más buenos y fieles que sean, mientras sigan en este mundo, son tan susceptibles al pecado como cualquier otro hombre. Esto desemboca en un dualismo de mal y bien, cuerpo y alma, vida y muerte, que si separamos esas dicotomías como propiedades o características de ambas ciudades o ambos mundos, podremos decir que la ciudad de los hombres es la ciudad del mal (en tanto que lo posibilita), del cuerpo (pues aunque el alma esté unida a él es el cuerpo el que tiene el poder de desplazarse en este mundo, por lo tanto es el que tiene más control del individuo, por eso es que muchas veces se hace énfasis en que el alma debe superponerse a él, porque el alma no siempre tiene control de él) y de la vida (ya que mientras se esté vivo se estará atado a este mundo).
Segundo párrafo:
“Allí las virtudes no trabajarán, ni sostendrán continuas luchas contra los vicios ni contra cualquier género de males, sino que gozarán de la eterna paz por premio de su victoria; de modo que no la inquiete ni perturbe enemigo alguno, porque ella es la bienaventuranza final, ella el fin de la perfección, que no tiene fin que lo consuma. Pero en la tierra, aunque nos llamamos bienaventurados cuando tenemos paz (cualquiera que sea la que pueda tenerse en la buena vida), esta bienaventuranza, comparada con aquella que llamamos final, es en todas sus partes miseria”.
En este otro párrafo, el énfasis está en la ciudad de Dios, la cual pareciera acabar con el dualismo ya que no habría bien y mal, sino sólo bien, no se “sostendrán continuas luchas contra los vicios ni contra cualquier género de males, sino que gozarán de la eterna paz por premio de su victoria”, victoria ante el mal, ante las tentaciones, ante el pecado. Incluso aquello que llamamos bienestar y paz en la ciudad terrenal es nada comparada con la de la ciudad de Dios, pues ésta, al carecer de margen de error y de posibilidad de mal, se encuentra en el máximo y único esplendor posible de ella. Sin embargo por el simple hecho de ser una ciudad de propiedades contrarias a la terrenal, sigue habiendo dualismo. La ciudad de Dios es la ciudad del bien (de la perfección, no hay siquiera la posibilidad de que el mal se manifieste), del alma (pues al ya no estar atada al cuerpo ésta puede llegar a dicha ciudad) y de la muerte (vista ésta como un renacimiento uno que será eterno, pues el cuerpo morirá pero nacerá el alma aunque más que nacer, se liberará del cuerpo, y por lo tanto del mundo en el que la retenía).
Así es pues, que hay un dualismo muy marcado es estos fragmentos.
Erick Hernández Andrade
1 comentario:
Muy claras las observaciones sobre las citas de la Ciudad de Dios. Este texto de San Agustín tiene una tendencia política que podrías rescatar en estudios ulteriores.
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