Karen Hernández Peralta.
Parte I
En el siglo XIII donde se ubica Raimundo Lulio convergen entre sí tres religiones: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Desde su conversión al cristianismo Lulio se dedica por completo a la transformación de los infieles a esta religión. Así es que realiza una empresa apologética. Intenta hacerlo desde enfoques diversos: institucionalmente, como misionero, con su “gran libro”, etc.
Lo anterior es uno de los objetivos más relevantes en la vida del medieval: convencer a los gentiles de la verdad del cristianismo empleando los recursos que fuesen necesarios. No obstante la variedad de métodos, Lulio se mueve bajo la creencia de que las pugnas religiosas se pueden resolver sin la necesidad de violencia, es más, bastan los argumentos racionales para solucionar tales conflictos.
En breve mostraré el acento que Lulio coloca en las explicaciones racionales como vías de concordia entre religiones. Esto en su texto Libro del gentil y los tres sabios.
I. Libro del gentil y los tres sabios
En el tiempo de Lulio no había en términos reales un intercambio efectivo de opiniones entre religiones. Normalmente éstas trataban de imponerse unas sobre otras. Lulio propone algo distinto. La plática del Libro del gentil y los tres sabios es un ideal de diálogo iterreligioso, muestra un ambiente armónico entre tres sabios que representan cada uno algún credo, ya sea al cristianismo, al islamismo o al judaísmo. En tal diálogo hay una relación horizontal entre los interlocutores. Ninguna religión tiene un lugar privilegiado ante las demás, las tres tienen algo importante que aportar al debate.
El relato comienza cuando aparece en escena un gentil. Lulio lo representa como un filósofo bastante docto y crítico que se ahoga en sus reflexiones sobre el término de la vida. Él no práctica credo alguno, ni siquiera cree en algún Dios. Por ello no sabe de la vida después de la muerte. Esto lo tiene bastante inquietado pues presiente su muerte cerca y al no cree en la resurrección, cae en el pánico de su finitud.
Mientras el gentil hacia estas consideraciones, le brotaron lágrimas de los ojos y, sollozando profundamente, su corazón cayó en una tristeza de llanto y dolor, pues le agradaba tanto el suave placer de la vida mundana y le resultaba tan temible y horrorosa la muerte, especialmente porque pensaba que no había nada después de ella, que no era capaz de controlarse ni de expulsar la tristeza de su corazón ni de contener las lágrimas de sus ojos.[1]
Dicha situación tan penosa hace salir al gentil de su lugar natal para dedicarse a sus cavilaciones.
Hasta aquí podemos intuir que el gentil tiene una postura religiosa imparcial, al no conocer ninguna religión no se inclina por una en especial. Además, quizá el gentil represente el ideal de Lulio de una neutralidad de credo: una pizarra en blanco que aún no tiene dogmas escritos, pero que sí tiene un problema vital a resolver.
Por su parte, los tres sabios se encontraban compartiendo las experiencias de las enseñanzas de su credo. Tanto duró la charla que los sabios llegaron a las afueras de una ciudad, en las profundidades de un bosque. Al cabo se hallaban frente a cinco árboles de naturaleza inusual, con letras inscritas en sus flores. El momento se vuelve más extravagante cuando una bella mujer se presenta con el nombre de Inteligencia. Ella les explica en qué consisten tales árboles, sus reglas, las condiciones a éstas y demás. Los cinco árboles resultan ser la guía para conocer a Dios; aún más, el método para convertir a los infieles; incluso, fungen como normas de conducta.
El conocimiento de los cinco árboles es la llave que da paso a la conciliación entre las tres religiones. Ambas tienen sus claras discordancias, pero también tienen ciertas bases iguales, por ejemplo la existencia de un único Dios creador de la existencia, sumamente bueno y perfecto, etc., afirmaciones que ninguna de las tres religiones debate. Estas coincidencias son las que Lulio se propone resaltar para partir de ellas como principios básicos, porque si todas las religiones se conducen por los mismos puntos es más posible encontrar el acuerdo mutuo, y al cabo se eliminan las pugnas.
¡Ah Dios!, qué gran bien se produciría si por la ciencia de estos cinco árboles todos los hombres que vivimos en este mundo pudiésemos estar en una sola ley y en una única fe, de forma que no existiese rencor ni odio entre los hombres, que se odian entre sí a causa de las diferentes creencias y las leyes contrarias de los que difieren. Y del mismo modo que sólo hay un Dios Padre y Señor y creador de todas las cosas, así todos los pueblos que están situados en la diversidad converjan en ser solamente un pueblo, y que ese pueblo esté siempre en el camino de la salvación, y de esa forma, que todos tengamos una sola fe y una ley por la que podamos dar a Dios nuestro Señor, creador de todos los bienes, la gloria y la alabanza debidos.[2]
El conocimiento de los cinco árboles se vuelve al cabo, en el último de sus alcances, el medio para hallar la paz religiosa universal. Esto es, la clave para resolver el conflicto religioso en el cual se desarrolló Lulio. Este conflicto radicaba, no es el número de dioses, pues las tres religiones son monoteístas; más bien el duelo recaía en las leyes que reglas de conducta, en la práctica religiosa. Cada religión tenía una distinta.
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