miércoles, 9 de diciembre de 2009

Boecio: el logos como fundamentación de la moral

Esta es la primera publicación de una serie que escribiré sobre los problemas de la fundamentación de la moral y cómo para Boecio el orden racional del mundo fundado en Dios es necesario para la existencia de la moral. Boecio explora dentro de su argumentación las ideas de la Providencia divina, el azar, la necesidad, y la libertad. Boecio es un autor premedieval, fuertemente ligado al platonismo cristiano y a él se debe la transmisión de muchos aspectos de la filosofía grecolatina a lo largo de toda la Edad Media.
Anicius Manlius Severinus Boethius nació en Roma alrededor del año 470 d.C. Estudio en Atenas y en Roma a Homero, Hesíodo, los presocráticos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Eurípides, Sófocles, Séneca, Cicerón, Virgilio, Zenón de Citio, los neoplatónicos, etc. Su amplio conocimiento de la cultura gregocorromana se deja ver en gran medida en su obra donde sintetiza lo momentos más significativos del pensamiento antiguo. Boecio provenía de una familia cristiana por lo que en sus obras convergen el mundo grecorromano y la fe cristiana. Boecio estuvo involucrado en la vida política en Roma, lo que lo llevo finalmente a ser condenado a muerte.
Mientras esperaba en el exilio su condena, y posteriormente su ejecución, Boecio escribió La Consolación de la Filosofía [Consolatio Philosophiae]. Un diálogo alegórico con la Filosofía que se aparece en forma de mujer y que le recuerda cuál es el verdadero bien y lo ilustra sobre diversos temas bebiendo de la sabiduría de los filósofos griegos y latinos. Escrito alternadamente en prosa y en verso, La Consolación de la Filosofía es además una obra de extraordinaria belleza.
En este trabajo trataré sobre la Providencia divina y la libertad humana en los libros IV y V de la Consolación. Estos dos últimos libros son muy importantes, en ellos expone su enseñanza sobre la Providencia y el Destino y la preocupación por la libertad del hombre.

En su diálogo con la Filosofía, Boecio plantea una pregunta de gran importancia que no sólo le preocupa a él que se encuentra en una situación desesperada; sino que es una pregunta que surge siempre en los momentos más terribles de la vida. Pareciera que las vidas humanas están sometidas a los caprichos del azar, y que los bienes nunca se reparten a quienes más lo merecen; muchas veces miramos como al hombre bueno le va mal y al hombre malo le va bien. Es un problema muy interesante porque, si el azar domina los acontecimientos, es poco probable que los hombres deseen hacer el bien.
Sin embargo, Boecio piensa que Dios en su infinita bondad ha creado el mundo con miras al bien, y se siente contrariado por esta apariencia de que el azar tenga mayor poder que Dios para repartir las bondades del mundo sin orden sin justicia.
“[...]¿Por qué entonces, se cambian las tornas? ¿Por qué los castigos del crimen recaen sobre los buenos? ¿Y por qué los malos arrebatan los premios de la virtud?
>>Éste es mi profundo estupor y quisiera saber de ti la razón de una confusión tan injusta. Mi asombro sería menor si creyera que tan grande desorden se debe a los cambios caprichosos del azar. Pero mi admiración se agranda al saber que es Dios el que rige el mundo. Con frecuencia se muestra complaciente con los buenos y severo con los malos. Pero otras veces somete a los primeros a duras pruebas y escucha los deseos de los otros. ¿Qué razon hay, entonces, para distinguir entre Dios y los caprichosos efectos del azar?”(IV,5).

La Filosofía responde a Boecio: no existe el azar. No existe en el sentido de que nada sucede sin una causa ni sin el conocimiento de Dios. Dios tiene un plan de como han de suceder todas las cosas, pues nada puede escapársele; este plan divino es la Providencia. Respecto de las creaturas, mientras el plan divino se va realizando en el orden del tiempo, la Providencia se aparece como Destino. Boecio ilustra la idea de la siguiente manera: un artista tiene en su mente un plan o una idea de cómo realizará su obra, y ésta se va realizando efectivamente a lo largo del tiempo.

Pero, ¿de qué manera pone Dios a las cosas en movimiento según su plan divino? ¿Están todas las cosas sometidas al Destino o hay cosas que la Providencia contempla pero no están atadas al Destino?
Boecio hace una analogía:
“Imaginemos una serie de esferas o círculos concéntricos que se mueven en torno a un eje. El más interior participa más intensamente de la simplicidad del centro común y se convierte a su vez en el centro de los que giran más alejados. El círculo más externo describe un órbita mayor, tano más ampli¡a cuanto más alejada está del púnto céntrico único e indivisible. Y de la misma manera que todo lo que se une al centro se aproxima a la simplicidad y escapa a la dispersión, así, cuanto más se aleja uno de la primera y suma inteligencia, más atrapado se ve en las redes del Destino. Por el contrario, cuanto más se acerca al centro o eje, más libre se ve del Destino. Y si alcanzara la estabilidad del espíritu divino, se vería libre de todo movimiento y escaparía a la necesidad impuesta por el Destino. La relación entre el cambiante curso de éste y la estable simplicidad de la Providencia es la misma que existe entre el razonamiento y la inteligencia, entre la criatura y el Ser por esencia, entre el tiempo y la eternidad o entre el círculo y el punto en torno al cual gira”. (IV,6)
Cuando habla de que hay cosas que se acercan más al centro del eje, es decir a Dios, más libres se ven del destino, me parece que se está preocupando sobre todo por la libertad humana, de la que se ocupa más adelante en el texto de manera muy importante. Si el alma humana está más cerca de la naturaleza inmutable de la inteligencia divina que los cuerpos inanimados estará menos atado al Destino o de la necesidad causal, pero sin nunca escapar a la mirada de la Providencia.

En la siguiente publicación abordaré la contradicción entre Providencia y libertad.

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