Uno de los grandes problemas que se hacen visibles en la edad media es de la voluntad, su naturaleza, sus inclinaciones y su manejo. San Agustín, a través de su relato de conversión nos da elementos para considerar su concepción acerca de éstos y entender el camino que lo separó del Maniqueísmo. Es el capítulo VIII de las confesiones un relato lleno de un dualismo acerca de la moral y cómo se concebía en aquellos tiempos, además de ser un relato ampliamente completo, tanto en estilo literario como en contenido, que nos ayuda a comprender el sentir de quien esta en medio, siendo tirado de ambos extremos de la voluntad. En San Agustín, además, se encuentra un particular vínculo entre moral y conocimiento que quedará evidenciado ante nuestro estudio.
El autor comienza afirmando, que si bien está seguro de Dios como sustancia incorruptible, de la que vienen todas las otras sustancias, existe en él una tendencia que lo aparta de la profesión pública de ello. Así, San Agustín asume dos fuerzas dentro de sí que le obligan a elegir sobre el camino a seguir; por un lado, una tendencia al bien dada por la misma naturaleza del hombre debido a su procedencia de Dios como creación, y por el otro, la costumbre que lo ata al pecado como ausencia de la vida en Dios.
Según el autor, la necesidad de Dios se presenta en el momento en que el hombre busca en sí miso y se hace conciente de su permanencia en el no ser; este momento debe darse como proceso de conversión al cristianismo, proclamando así el camino de la fe y del conocimiento como correspondientes, y a su vez, como medios de ascender hacia el ser. Para ello, el pecador debe ser libertado a través de la gracia, identificándose ésta con el acto sacrificial de Cristo. Así, San Agustín expresa el estado de primacía de la tendencia del no ser como dominado, no por el hombre mismo, sino por la ley del pecado, “Porque la ley del pecado es la fuerza violenta de la costumbre que arrastra y retiene al alma mal de su grado, por haber caído voluntariamente en ella”.
El modo de salir de este hundimiento en las “tinieblas” es aceptando la salvación de Cristo por medio del alma como elemento identificado del hombre con el espíritu divino, y permitiendo a ésta ejercer un control sobre las facultades del cuerpo, para que no resulten estas perjudiciales para el alma, dado que “la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne”.
Esto refleja la condición humana como una disputa latente entre su trascendencia y su permanencia, pues ambas representan pérdida frente a la otra, pero es imposible apartar al hombre de su naturaleza, Así, el hombre debe someter una de su dos tendencias ante la otra en cada una de sus acciones, decidiendo entre “bajar su corazón a la tierra, o fijarlo en el cielo”. Esta frase refleja, a su vez, la noción de trascendencia como el camino adecuado, por lo que la carne, al ser el aspecto denigrado de la naturaleza humana solo sirve para distraer y perturbar el camino del alma.
El hombre pues, aunque posee dos tendencias distintas dentro de sí, se mueve en un mismo camino que lo define entre el ser y el no ser, por lo que al contemplar éste la grandeza del ser, se da cuenta de su pecado como carencia de éste, lo que le hace necesario abandonar el camino del conocimiento de lo que no es, ósea de lo material, visto como ciencia, para enfocar su alma en el creer, ya que sin la fe es imposible conocer la Verdad última de las cosas: a Dios. El camino que establece San Agustín en torno a la moral, es el del conocimiento correlacional de Dios como verdad última, que a través de la fe se muestra al entendimiento para que éste permita al hombre entender y aceptar las normas que deberán regir su vida, más éste debe volverse hacia la fe para tomar de ella la fuerza para vencer a la costumbre y proclamar acciones dignas, tanto de su fe como de su entendimiento, por lo que la dinámica entre fe y entendimiento no cesará mientras se pretenda conducir a la voluntad en el sentido correcto.
El autor comienza afirmando, que si bien está seguro de Dios como sustancia incorruptible, de la que vienen todas las otras sustancias, existe en él una tendencia que lo aparta de la profesión pública de ello. Así, San Agustín asume dos fuerzas dentro de sí que le obligan a elegir sobre el camino a seguir; por un lado, una tendencia al bien dada por la misma naturaleza del hombre debido a su procedencia de Dios como creación, y por el otro, la costumbre que lo ata al pecado como ausencia de la vida en Dios.
Según el autor, la necesidad de Dios se presenta en el momento en que el hombre busca en sí miso y se hace conciente de su permanencia en el no ser; este momento debe darse como proceso de conversión al cristianismo, proclamando así el camino de la fe y del conocimiento como correspondientes, y a su vez, como medios de ascender hacia el ser. Para ello, el pecador debe ser libertado a través de la gracia, identificándose ésta con el acto sacrificial de Cristo. Así, San Agustín expresa el estado de primacía de la tendencia del no ser como dominado, no por el hombre mismo, sino por la ley del pecado, “Porque la ley del pecado es la fuerza violenta de la costumbre que arrastra y retiene al alma mal de su grado, por haber caído voluntariamente en ella”.
El modo de salir de este hundimiento en las “tinieblas” es aceptando la salvación de Cristo por medio del alma como elemento identificado del hombre con el espíritu divino, y permitiendo a ésta ejercer un control sobre las facultades del cuerpo, para que no resulten estas perjudiciales para el alma, dado que “la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne”.
Esto refleja la condición humana como una disputa latente entre su trascendencia y su permanencia, pues ambas representan pérdida frente a la otra, pero es imposible apartar al hombre de su naturaleza, Así, el hombre debe someter una de su dos tendencias ante la otra en cada una de sus acciones, decidiendo entre “bajar su corazón a la tierra, o fijarlo en el cielo”. Esta frase refleja, a su vez, la noción de trascendencia como el camino adecuado, por lo que la carne, al ser el aspecto denigrado de la naturaleza humana solo sirve para distraer y perturbar el camino del alma.
El hombre pues, aunque posee dos tendencias distintas dentro de sí, se mueve en un mismo camino que lo define entre el ser y el no ser, por lo que al contemplar éste la grandeza del ser, se da cuenta de su pecado como carencia de éste, lo que le hace necesario abandonar el camino del conocimiento de lo que no es, ósea de lo material, visto como ciencia, para enfocar su alma en el creer, ya que sin la fe es imposible conocer la Verdad última de las cosas: a Dios. El camino que establece San Agustín en torno a la moral, es el del conocimiento correlacional de Dios como verdad última, que a través de la fe se muestra al entendimiento para que éste permita al hombre entender y aceptar las normas que deberán regir su vida, más éste debe volverse hacia la fe para tomar de ella la fuerza para vencer a la costumbre y proclamar acciones dignas, tanto de su fe como de su entendimiento, por lo que la dinámica entre fe y entendimiento no cesará mientras se pretenda conducir a la voluntad en el sentido correcto.
Anabel Andrade C.
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