sábado, 12 de diciembre de 2009

LA ÉPICA COMO IDENTIDAD DE UNA CULTURA


El Poema de Gilgamesh

Hablar de las antiguas culturas y su simbolismo religioso es hablar también de las identidades que representan a un pueblo y el modo en que se desenvuelven configurando los patrones sociales. En el poema de Gilgamesh se pueden apreciar diversos elementos que hacen evidentes los juegos de identidades entre lo que representa a la comunidad y lo que representa Lo Otro, constituyendo un dualismo que acabará por marcar las normas morales de dicha sociedad.
Primero se presenta a Gilgamesh como unión entre lo humano y lo divino, teniendo las dos naturalezas y trascendiendo a ambas; esta trascendencia le da al personaje un elemento indispensable: el poder. Gilgamesh se encuentra pues, en una situación privilegiada ante los hombres, por lo que se le otorga el poder, pero a su vez tiene la debilidad frente a lo divino, por lo que el poderío que ejerce deviene en injusticias y excesos.
Pareciera que aquello que le da su esencia al pueblo a través del poder ya no lo conduce hacia los mismos ideales; el poder ha tergiversado las normas morales y ha constituido al pueblo como otredad de su esencia, por lo que es necesario reestablecer Lo Mismo; así, los dioses recurren a la formación de Enkidu, donde se contempla la naturaleza de Gilgamesh, pero correspondiendo al pueblo, y ambos como Otros ante los Mismo, ya que lo Mismo ha variado de ser Lo Permitido a ser Lo Castigado.
El motivo por el que es Gilgamesh el dueño de la Mismidad, aunque sea éste quien devenga y tergiverse los valores reside, como hemos dicho, en el poder que le da su naturaleza, por lo que es necesario que intervenga la presencia de Enkidu como creación que limite éste poder, buscando que, poseyendo la misma naturaleza, en tanto mismidad con Gilgamesh, conduzca ésta mismidad a los valores morales adecuados a la sociedad; es pues la necesidad del pueblo de ser uno con el poder; de abandonar la necesidad de asociarse en busca de la protección que brinda el poder, y de someter el poder a las normas de comportamiento.
Cuando ambos personajes se enfrentan; cuando se enfrentan en una misma naturaleza las voluntades divergentes se produce el miedo como impresión de lo otro, más este miedo reside en una lucha por el poder que Gilgamesh decide enfrentar adormeciendo al otro; la estrategia, quizá necesaria, es invadir Lo otro de lo Mismo, aunque ésta disputa no será nunca ganada por una u otra naturaleza, será un constante enfrentamiento que tenderá algunas veces hacia uno y otras hacia el otro extremo. Es importante ver que Gilgamesh representa todo aquello que ha sido visto, por lo que al anunciarse Enkidu como “el poderoso, aquel que puede alterar los destinos” la disputa del poder se hace evidente debido a la amenaza que representa para permanencia de Gilgamesh, por lo que produce ésta angustia y éste miedo ante él.
Gilgamesh, define esta influencia hacia Enkidu, no sólo a través de la presentación de las cosas distintas de él, como su encuentro con la mujer, sino que lo refuerza a través del elemento que le da su fuerza y lo constituye como Lo Mismo: la costumbre. Así se dirige Gilgamesh a Enkidu: “Come el alimento, Enkidu, porque es deber de vida; consume la bebida fuerte porque es costumbre de la tierra”. Cuando Enkidu responde a las costumbres de Lo Mismo, es que se hace uno con el; “Ungióse con óleo y se hizo humano”. Tenemos pues un periodo en que éstas dos identidades parecieran volverse una, pero la naturaleza dual que existe en toda entidad prevalece, por lo que éste momento no puede permanecer eterno.
Ante ésta aparente unión, el pueblo pone su lamento en manos de los dioses, por lo que se hace evidente la necesitad de una ruptura. Istar es la encargada de separarlos a través del matrimonio, por lo que busca unirse a Gilgamesh, que la rechaza, aunque éste rechazo tampoco impedirá la separación. Istar pide el favor de su adre para soltar el Toro del Cielo, que es asesinado por Enkidu y Gilgamesh; la unión persiste, pero han herido a aquello que da sentido a las cosas: la divinidad.
Esta unión, sin embargo se va debilitando con la reacción de ambas voluntades respecto a lo acontecido, Lo Mismo se gloria de la fuerza de su poder al creer vencer a los inmortales, mientras que Lo Otro, Enkidu se arrepiente, con lo que permite que venga el castigo de los Dioses, el castigo de los Hombres. Enkidu es castigado por este acto con la enfermedad y la muerte, más lo que se castiga no es su inocencia, sino su pertenencia a Lo Mismo, pero ésta inmersión en Lo Mismo ha sido invasiva también por parte de la Otredad. Tras la muerte de Enkidu, Gilgamesh percibe en sí las dos naturalezas, y ante la extrañeza de no poseer la Otredad, emprende su búsqueda de ella por el único recurso que le queda, el arrepentimiento. Así, emprende un camino en busca de la transformación que ha venido a ejercer Enkidu. Este camino conduce a Gilgamesh a una revaloración de su mismidad ante la otredad que representa Enkidu, y encuentra en éste la muerte, por lo que ahora el valor trascendente será la permanencia ante la ausencia de Enkidu, la preservación, más Enkidu posee, dentro de su otredad aquel elemento único que Gilgamesh no ha observado, y del que ningún hombre ha gloriado a éste, pues ninguno puede conocerlo dado que esta ajeno a la naturaleza del hombre: “¡Ha conocido el destino de la humanidad!”
Enkidu, al arrepentirse vuelve a ser ajeno a la humanidad, por lo que ya no le está permitido permanecer en ella y muere, contemplando la muerte como destino de todo hombre y no sólo viviéndola como puede vivirla cualquier hombre; la visión de Enkidu ha trascendido la visión humana. Ante esto, Gilgamesh tiene dos opciones, conocer el sentido de la humanidad sin ser ya humano y desaparecer, o preservarse, disfrutando de lo que en la vida se posee. Gilgamesh cree que es posible conjuntar los dos caminos, y es ésta también la ilusión de las diversas culturas, de la humanidad: encontrar el camino que los conduzca ante su destino, pero escapando de él. Así, Gilgamesh va en busca del camino del conocimiento, que lo lleva a entender que lo único que puede igualar las dos naturalezas es la muerte, la carencia de éstas, es decir, que la única igualdad entre las identidades reside en su ignorancia ante su desaparición. Es la comprensión de ésta verdad como única, la que hace que Gilgamesh trascienda sus límites humanos, encontrando nuevamente la juventud, que representa la esperanza de la concordancia entre el pueblo y el gobierno, dando a éste una nueva oportunidad, pero cerciorándose de que Gilgamesh sea conciente de que no vivirá eternamente, por lo que toda conducción que de a sí mismo será la conducción que dará a la humanidad, pues a muerte es el factor que los iguala.
Vemos pues que ésta narración puede no ser la narración de los Dioses, sino la narración de los pueblos, de sus ilusiones, de sus metas, de su pretendida condición ajena a su naturaleza, y finalmente de su condición de sumisión al poder como condición de permanencia.
Anabel Andrade C.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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