jueves, 10 de diciembre de 2009

Boecio: el logos como fundamentación de la moral (Parte II)

Entonces, si Dios lo ha previsto todo, ¿por qué nos parece que hay acontecimientos fortuitos? Porque sólo la naturaleza divina puede conocer la Providencia; a nosotros sólo se nos aparece como Destino. Sin embargo, si reflexionamos con cuidado, podremos entender que Dios ha hecho todas las cosas con miras al bien. Al igual que Agustín, Boecio afirmará que el mal no es nada; y afirma que conforme al plan divino, nada sucede que no tenga por finalidad el bien. Si muchas, o la mayoría de las veces, los hombres no podemos verlo así, es porque no conocemos el plan divino de antemano y no sabemos cuáles son los fines de Dios.
“Por eso advertiras que vosotros, los hombres, no sólo no estáis en disposición de contemplar este plan divino, sino que además veis todas las cosas confusas y alteradas. Pero no es menos cierto que todo tiene su propia manera de ser y norma que lo dirige al bien. Nada existe que tenga como fin el mal, ni siquiera el proceder de los malvados”. (IV,6)

Pero la pregunta no se ha despejado aún. ¿Cómo es posible que Dios haga que toda suceda con miras el bien castigando a los buenos y premiando a los malos? ¿No sería acaso que el bien en el mundo se logra premiando al que es bueno y castigando al que es malo? En términos humanos algo puede ser un mal, pero en el entendimiento de Dios el mal no es nunca tal, pues el mal no es nada, sino que aquello que nos aparece como malo se convierte siempre en un instrumento de la bondad de Dios. Dios ordena los acontecimientos de manera que el mal siempre termine siendo un bien.
La suprema bondad de Dios está en el orden del universo que nunca se aleja del bien. Este orden se mira en los astros y en la naturaleza. De igual manera existe el orden en las cosas humanas, pues aunque aparece el mal, nunca es tal sino que termina siempre siendo un bien. Esta idea la expresa con gran lucidez:
“[...]Dios, Creador de todas las cosas, las ordena y dirige hacia el bien. Y a este fin está dispuesto todo lo que ha creado a su imagen y semejanza. Para ello hace desaparecer de sus dominios toda suerte de males, valiéndose de la necesaria cadena de acontecimientos sujetos al Destino. De todo lo cual se deduce que, cuando a primera vista la tierra parece estar invadida por el mal, no obstante, si atendemos al plan de la Providencia, el mal no existe en parte alguna”. (IV,6)

Ya ha explicado Boecio por qué es que nada sucede fortuitamente; es decir, exento de razón. Sin embargo, sí admite una definición diferente de azar, que viene desde Aristóteles: el azar es la conjunción inesperada de diferentes causas. Esta idea de azar que Boecio acepta, es muy brillante, puesto que no se pone en duda el orden ni la racionalidad del universo al aceptar el azar. Lo que sucede azarosamente es un resultado que nadie esperaba, pero tiene causas que dan razón de tal acontecimiento. O lo que es lo mismo, los hechos azarosos tampoco escapan a la Providencia.

La caracterización de la Providencia ha aclarado que existe un orden racional en el mundo en el cual se funda la moralidad. Sin embargo, surge aparentemente una contradicción mucho más grande: si Dios conoce todos los hechos futuros, no hay lugar para el libre albedrío. Todo lo que suceda será por necesidad; de otro modo Dios no tendría manera de conocer los acontecimientos futuros. Y la libertad del hombre sólo existe si sus actos son libres de necesidad.
“Me parece -le dije- que no hay oposición ni contradicción tan grande como la que existe entre la presciencia universal de Dios y el libre albedrío. Si Dios prevé todas las cosas y no puede equivocarse habrá de suceder cuanto la Providencia ha previsto que suceda. Por tanto, si desde toda la eternidad prevé no sólo los actos sino también los pensamientos y los deseos, no existe el libre albedrío. No sería posbile acto o deseo alguno más que los previstos por la presciencia infalible de Dios. De la misma manera no sería firme la presciencia del futuro, y sí una simple conjetura incierta, si los acontecimientos puedieran discurrir por una vía distinta a la prevista. Y no es justo pensar esto de Dios”. (V,3)
Esta conclusión sería de suma gravedad, puesto que si no hay libre arbitrio, no hay responsabilidad moral. Para Boecio esta conclusión es inadmisibe; lo que él quiere afirmar es la libertad de los hombres para hacer el bien y la racionalidad de hacer el bien. Si no hay libre arbitrio, quien hace el mal no lo hace por su voluntad y por lo tanto no es más racional hacer el bien que el mal.
“Nada más perverso se puede pensar. Si el orden del universo depende de la Providencia y no hay sitio para la libre elección humana, habremos de concluir que también nuestros vicios derivan del Autor de todos los bienes”. (V,3)
En la próxima publicación abordaré cómo es que finalmente Boecio logra la conciliación entre la Providencia de Dios y la libertad humana.

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