Uno de los aspectos más relevantes de Guillermo de Ockham es su famosa navaja, que consiste en el famoso postulado, que afirma, “no deben multiplicarse las entidades innecesariamente”, es decir, que debe evadir la creación de múltiples entidades mágicas que sirvan como causa a aquellos fenómenos que no podemos explicarnos. Esta tesis es congruente con la tendencia del autor de aterrizar en hechos empíricos nuestras demostraciones, quitándonos así de las abstracciones que nos llevan a concebir los universales como entidades dotadas de existencia.
Pero, ¿qué pasa cuando Ockham, con estos postulados nominalistas, debe enfrentarse al problema de la existencia de Dios? ¿Será Dios la entidad, no comprobable, pero más probable de creer como causa, o es que existe una certeza de éste como causa de todo lo existente? ¿O será que simplemente se vio obligado, debido a la época y a la tradición a tomar a Dios como principio?
La primera respuesta que da el autor para justificar la existencia de Dios como principio último es que efectivamente existe un camino que asegura la certeza de Dios. Esta experiencia recibe el nombre de mística y escapa a los procesos habituales de deducción y de conocimiento. Más se enfrenta a otro problema: ¿Cómo podemos discernir entre aquel conocimiento que se da a través de la mística, y aquel pseudo-conocimiento que creían adquirir, por ejemplo, aquellos que aseguraban haber tenido una experiencia mística con dogmas distintos como resultado y que eran quemados en la hoguera? ¿O más aún cómo se distinguían de aquellas experiencias místicas del budismo y otras religiones?
Estas preguntas me surgen a raíz de la charla sostenida en clase, donde Edgar afirmaba tajantemente que Ockham no pudo haber aceptado una prueba de la existencia de dios. Ante esto, y tras mucho cuestionar, me vinieron dos ejemplos a la mente, que si bien pueden parecer anacronismos, sólo fingen como elementos de apoyo para demostrarla necesidad de dicha prueba.
Me pregunto, como podría distinguirse la experiencia por la que el monje medieval llega a un conocimiento de Dios de la experiencia mística que describe el antropólogo Carlos Castaneda en Una Realidad Aparte, donde pone como sujeto que recibe esta experiencia aun indio yaqui renombre Don Juan. Éste sujeto tiene ya cierto tiempo practicando los ritos de “Mezcalito”, su protector, que tras distintos ritos que corresponden a la tradición religiosa del lugar le han permitido ver a los hombres como huevos luminosos, y le ha permitido encontrar una guía que le lleva a configurar sus propias normas morales.
La segunda circunstancia se da, cerca de éstas fiestas navideñas, cuando en una reunión familiar un chico de 18 años, que padece esquizofrenia, comienza a relatar que una tarde llegó a tal grado de estupor que pudo concebir el orden del mundo y lo que a el precede, por lo que en éstas fiestas decembrinas se vestirá de charro, pues el hombre vestido de charro que ordena el mundo y le ha desvelado su funcionamiento se lo ha pedido.
Vemos en los tres casos un proceso semejante de contemplación, desde fuera, de lo que es, por lo que se hace necesario encontrar un método que nos ayude a distinguir cuáles son las experiencias místicas que arrojan un conocimiento confiable, por lo que tenemos dos opciones, o retomar la versión de los manuales de historia de la Filosofía, donde se habla de una prueba de la existencia de Dios, que si bien no se especifica, nos daría la pauta para discernir el elemento que determina la confiabilidad de la experiencia, o nos aventuramos a creer que la postura de Ockham respecto a Dios es sólo una respuesta ante las necesidades de la época, de las que el autor no logra desprenderse.
Pero, ¿qué pasa cuando Ockham, con estos postulados nominalistas, debe enfrentarse al problema de la existencia de Dios? ¿Será Dios la entidad, no comprobable, pero más probable de creer como causa, o es que existe una certeza de éste como causa de todo lo existente? ¿O será que simplemente se vio obligado, debido a la época y a la tradición a tomar a Dios como principio?
La primera respuesta que da el autor para justificar la existencia de Dios como principio último es que efectivamente existe un camino que asegura la certeza de Dios. Esta experiencia recibe el nombre de mística y escapa a los procesos habituales de deducción y de conocimiento. Más se enfrenta a otro problema: ¿Cómo podemos discernir entre aquel conocimiento que se da a través de la mística, y aquel pseudo-conocimiento que creían adquirir, por ejemplo, aquellos que aseguraban haber tenido una experiencia mística con dogmas distintos como resultado y que eran quemados en la hoguera? ¿O más aún cómo se distinguían de aquellas experiencias místicas del budismo y otras religiones?
Estas preguntas me surgen a raíz de la charla sostenida en clase, donde Edgar afirmaba tajantemente que Ockham no pudo haber aceptado una prueba de la existencia de dios. Ante esto, y tras mucho cuestionar, me vinieron dos ejemplos a la mente, que si bien pueden parecer anacronismos, sólo fingen como elementos de apoyo para demostrarla necesidad de dicha prueba.
Me pregunto, como podría distinguirse la experiencia por la que el monje medieval llega a un conocimiento de Dios de la experiencia mística que describe el antropólogo Carlos Castaneda en Una Realidad Aparte, donde pone como sujeto que recibe esta experiencia aun indio yaqui renombre Don Juan. Éste sujeto tiene ya cierto tiempo practicando los ritos de “Mezcalito”, su protector, que tras distintos ritos que corresponden a la tradición religiosa del lugar le han permitido ver a los hombres como huevos luminosos, y le ha permitido encontrar una guía que le lleva a configurar sus propias normas morales.
La segunda circunstancia se da, cerca de éstas fiestas navideñas, cuando en una reunión familiar un chico de 18 años, que padece esquizofrenia, comienza a relatar que una tarde llegó a tal grado de estupor que pudo concebir el orden del mundo y lo que a el precede, por lo que en éstas fiestas decembrinas se vestirá de charro, pues el hombre vestido de charro que ordena el mundo y le ha desvelado su funcionamiento se lo ha pedido.
Vemos en los tres casos un proceso semejante de contemplación, desde fuera, de lo que es, por lo que se hace necesario encontrar un método que nos ayude a distinguir cuáles son las experiencias místicas que arrojan un conocimiento confiable, por lo que tenemos dos opciones, o retomar la versión de los manuales de historia de la Filosofía, donde se habla de una prueba de la existencia de Dios, que si bien no se especifica, nos daría la pauta para discernir el elemento que determina la confiabilidad de la experiencia, o nos aventuramos a creer que la postura de Ockham respecto a Dios es sólo una respuesta ante las necesidades de la época, de las que el autor no logra desprenderse.
Anabel Andrade C.
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