viernes, 11 de diciembre de 2009

Boecio: el logos como fundamentación de la moral (III y útima)

Para resolver este problema de la libertad del hombre, Boecio reflexiona sobre la forma de conocer y la naturaleza de Dios. Si Dios conoce los hechos futuros como nosotros podemos conocerlos, definitivamente este conocimiento es posible únicamente porque tales cosas habrán de suceder necesariamente. Y si hay hechos contigentes, como los actos humanos, o los conoce como contingentes, o se le escapan a la Providencia. Sin embargo, pensar esto es un error. Debemos dejar de suponer que Dios conoce los hechos futuros de la misma forma en que nosotros lo haríamos. Boecio plantea una posición epistemológica de gran interés:
“La razón de este error estriba en que todos pensamos que todo conocimiento depende exclusivamente de la esencia y naturaleza de los objetos que se conocen. Y sucede totalmente lo contrario. Todo lo que se conoce se entiende, no según su naturaleza, sino según la capacidad del sujeto cognoscente”.(V,4)
Si nuestra razón cree que sólo podemos conocer los hechos futuros cuando son necesarios no es por una característica intrínseca de tales objetos ('hechos futuros'), sino que es resultado de la forma en que la razón humana se aproxima a su objeto. La inteligencia divina no tiene estas limitaciones de la razón humana; y por tanto no sería necesario que un acontecimiento futuro estuviese sometido a la necesidad para que Dios lo pudiese conocer. Quizás la manera en que la Providencia tiene entendimiento de las cosas no conlleva la negación del libre albedrío. Sólo hay que entender que el conocimiento de Dios es de naturaleza distinta al humano.

Pero entonces, ¿cuál es la naturaleza con la cual Dios conoce todas la cosas? Aquí Boecio nos lleva a reflexiones muy interesantes acerca del tiempo:
“El consentimiento unánime de todos los seres dotados de razón es que Dios es eterno. Consideremos, pues, qué es la eternidad. [...] La eternidad es la posesión total y perfecta de una vida interminable. [...] Todo lo que vive en el tiempo está presente y discurre desde el pasado al futuro. Y nada en el tiempo puede abarcar de forma simultanea toda la duración de su existencia. No ha alcanzado todavía el día da mañana, cuando ya ha perdido el día de ayer.
>>[...]Aquel que abarca y comprende de forma simultánea toda plenitud de la vida interminable y a quien no le falta nada del futuro ni se le ha escapado el pasado, podrá calificarse con toda propiedad de eterno. Y necesariamente está siempre presente a sí mismo, es dueño de sí y tiene siempre presente la infinitud del tiempo que fluye”. (V,6)

De acuerdo con la posición de Boecio antes mencionada respecto de que no se conoce un objeto según la naturaleza del objeto, sino la naturaleza del que conoce; si Dios existe como un eterno presente, es decir, que no le pertenecen pasado ni futuro puesto que estos serían una disminución de su ser, su entendimiento no estará en términos de pasado, presente o futuro, como la razón humana; sino que el entendimiento de Dios conoce todas las cosas como presentes.
Por eso Dios al conocer los hechos futuros no cambia su naturaleza; no convierte en necesarios los hechos que serían libres. Todo lo mira tal y como es en el momento en que sucede desde su presente eterno. Boecio hace una analogía con el entendimiento humano; las cosas que están presentes podemos conocerlas independientemente de su necesidad o contingencia. Podemos conocer en el presente que sale el sol y que un hombre está caminando, aunque uno lo juzguemos como necesario y el otro como libre.
“Simplemente, Dios las ve presentes tal cual sucederán un día como hechos futuros. Tampoco hace juicios equivocados de las cosas, sino que con una simple mirada de su inteligencia distingue todo lo que va a suceder por necesidad de lo que sucederá no necesariamente”.(V,6)

Sin embargo, sí hay una necesidad en la presciencia divina. Pero se debe hacer una distinción entre lo que es necesario por naturaleza y lo que es libre pero mientras está sucediendo es necesario que suceda. Lo que Dios conoce en su presciencia efectivamente es necesario, pero haciendo esta distinción; hay una necesidad simple y una necesidad condicionada. La necesidad simple es la del hecho de que todos los hombres son mortales; la necesidad condicionada es la de que si se conoce que un hombre camina, éste camina necesariamente, sin que esto signifique que no camina por su propia voluntad.
“Ahora bien, Dios ve los hechos futuros, frutos del libre albedrío, como hechos presentes. Ésta es la razón de que tales hechos, considerados según la visión que Dios tiene de ellos, sucedan necesariamente, por ser conocidos por la ciencia divina. Pero considerados en sí mismos no pierden la libertad absoluta de su naturaleza”. (V,6)

Al final de la Consolación de la Filosofía, queda claro que la Providencia y la libertad del hombre no son contradictorias, sino que se afirma la libertad para hacer el bien al mismo tiempo que la Providencia divina que hace el bien la finalidad de todas las cosas.
“Todo acontecimiento futuro va precedido de la mirada de Dios, que lo atrae y lo reclama a su siempre actual conocimiento. Su presciencia no cambia la manera de conocer, como tú crees. Más bien prevé y abarca en una sola mirada todos los cambios posibles, voluntarios o no, en un mismo presente eterno. [...]Y puesto que es así, el libre albedrío del hombre permanece intacto y las leyes no imponen castigos ni premios injustos, porque la voluntad del hombre se ve libre de toda necesidad”.
“No es vana, entonces, nuestra esperanza en Dios, ni nuestras oraciones inútiles, pues, si son rectas, no pueden ser ineficaces. Dejad, pues, los vicios; practicad las virtudes. Levantad vuestros corazones a la más alta esperanza y dirigid al cielo vuestras humildes oraciones. Tenéis sobre vosotros una gran necesidad, si no queréis engañaros a vosotros mismo: la necesidad de ser bueno, pues vivís bajo la mirada del juez que todo lo ve”. (V,6)

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