sábado, 12 de diciembre de 2009

La ética en Agustín de Hipona y la invensión de la interioridad (III y última parte)

VIII

Sólo para concluir y dar como cunclusiones a las partes VI y VII, seguimos;

“El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo; pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo”[1]

La certeza agustiniana que pone la importancia en el hombre como individuo y su confianza en la convicción interna de Dios como una formación personal que no depende en sí de los otros pero sí de sí misma para autodeterminarse, es lo que aleja a Agustín de toda la tradición clásica. Así mismo la concepción del sentido de la vida, de libertad y de la voluntad, dependen de la actitud del hombre, pero sólo en función que éste tiene en relación con su creador; la virtud de igual manera, no es solamente

“una disposición voluntaria adquirida que consiste en un término medio en relación con nosotros mismos”[2]

, sino también con los demás, donde se refleja un compromiso que se adquiere por libre decisión. La ética no es en Agustín una mera ordenación de la existencia de acuerdo con la identidad del cosmos y el hombre virtuoso, sino la afirmación del poder que cada uno posee para orientarse en ésta y en la vida supraterrena conforma a su pensamiento. Ética es, según lo anterior, de que la vida en la unidad de lo personal y lo comunitario, debe cimentarse no en las emociones sino en la sensatez lograda únicamente por el empeño continuo del conocimiento, literalmente, de uno mismo superando a condición proclive del ser humano.

Por David Z. Castillo

[1] Aristóteles, Ética Nicomaquéa, 1094a
[2] Op. Cit. 1107a
FINITO.

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