En el famoso texto de San Anselmo, el dualismo aparece reflejado en la oposición entre la naturaleza humana y la divina. Es el Proslogion, una continua búsqueda de la unificación, o por lo menos de un punto de compatibilidad entre ambas naturalezas, contrastando siempre la debilidad y la miseria del hombre frente a la grandeza y la omnipotencia de Dios.
¿Dónde encontraremos pues la posible mediación del dualismo propuesto por San Anselmo?
La propuesta se centra en la consecución de la única finalidad que la divinidad ha impuesto al hombre: “he sido creado para verte y todavía no he alcanzado éste fin de mi nacimiento”, por lo que es necesario, en primera instancia, emprender la búsqueda por la contemplación del “rostro de Dios”, para después, a la luz de la divinidad, romper con las tinieblas en que habita, es decir, con el pecado que representa el alejamiento del bien. Para ello, el autor recurre a la radicalización de San Agustín y su celebre dinámica del entendimiento: “creo para conocer. conozco para creer”, dando un carácter unifocal a esta, prenunciándose del siguiente modo: “porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender”. Con esto se afianza radicalmente la inmersión definitiva del conocimiento como camino rebúsqueda hacia Dios, pero siendo siempre una senda iluminada a la luz de la fe.
A través de las diversas pruebas que presenta el autor respecto a Dios, su existencia, su grandeza y sus cualidades, se deja translucir una fuerte confrontación entre Dios como magnánimo y el hombre como miserable, que es siempre mediada por la fe como elemento de sometimiento del hombre ante Dios, por lo que San Anselmo exclama en el capítulo III: “si una inteligencia pudiese concebir algo que fuese mejor que tú, la criatura se eleva por encima del Creador y vendría a ser su juez, lo que es absurdo”.
En la cita anterior podemos ver que todos posrazonamientos son permeados por los dogmas de la fe, respondiendo al principal de ellos, que nos dice que, dada la naturaleza superior de Dios es inasequible al hombre un conocimiento de éste, por lo que el camino de búsqueda del hombre respecto a Dios le dará éste como único conocimiento certero, y le hará evidente un aspecto que será retomado después por el empirismo, a saber, que la única vía de conocimiento que corresponde al hombre es la sensible, haciendo de la intelección una experiencia de éste tipo, mientras que Dios conoce y se expresa en totalidad, por lo que no puede ser alterado por los errores de la percepción.
El modo en que San Anselmo expresa dicha cuestión hace aparecer éste tipo de conocimiento como la condena que todo hombre carga, la necesidad de la contemplación de una verdad absoluta que se encuentra inaccesible por la turbación que representa en la Visión del hombre el pecado, más este pecado, que se asocia al pecado original, y no al pecado individual, es imposible de borrar, por lo que el texto es una clara expresión de la resignación ante la grandeza de lo trascendente.
Así, la única vía de expiación que queda es a través del conocimiento, asumiendo que nunca se dará un conocimiento cierto y confiable de Dios, pues es tanta la luz que éste irradia que cegaría inmediatamente a quien lo mira, pero una vez cerca, habiendo recorrido el camino que lo lleva a su máxima posibilidad de acercamiento, será la luz que éste desprende la que le permitirá ver a través de las tinieblas, por lo que el hombre debe, en su camino hacia Dios, virar su mirada hacia lo terreno para comprender, a la luz de esta trascendencia, el papel que desempeña, y comprender así su naturaleza y su finalidad.
Como podemos ver, ésta postura está impregnada de elementos, tanto neoplatónicos como agustinianos que nos llevan a concebir, quizá la dualidad a la que el hombre siempre será incapaz de vencer: su distinción con lo trascendente, que lo afirma cada vez más fuerte en su finitud y su descenso.
Anabel Andrade C.
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